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Columnistas

Cómo funciona la relación Milei-Macri y qué gobierno podría resultar

Parte de una funcional división del trabajo: Macri aporta su llegada a los sectores centristas que Milei sigue espantando por haber hecho del extremismo su identidad y el libertario ratifica ante los jóvenes y los más enojados sus credenciales como “fuerza del cambio”.

¿Podría el candidato prescindir del ex presidente? ¿El líder del Pro convertirá al de La Libertad Avanza en su títere?

Mauricio Macri odia profundamente a Sergio Massa. La razón es bastante conocida: lo considera el principal responsable de que el peronismo le haya birlado la chance de reelección en 2019. Aunque también pesa otro motivo: ve en él al prototipo del gerente traidor a los intereses de sus contratantes, del empleado ambicioso y taimado que busca aprovecharse de la confianza que un dueño ha depositado tal vez demasiado inocentemente en él. Una condición que, tanto en los negocios como en la política, aprendió a detestar desde joven y que también identificó últimamente en Horacio Rodríguez Larreta, con la “decepción” consecuente, que proclamó a los cuatro vientos con acidez y rencor, como se recordará, durante la campaña para las PASO.

No obstante, ninguno de esos es el motivo principal del entusiasmo con que el expresidente encara la tarea de ayudar al candidato libertario a derrotar al oficialismo el próximo 19. Hay otros no tan personales, o personales pero no tan rencorosos, por decirlo con mayor precisión.

En primer lugar, para Macri este balotaje se volvió la última oportunidad de evitar un retiro que sus ya exsocios de JxC venían paladeando desde hace tiempo, que después de la derrota de Bullrich en la primera vuelta amenazó volverse inevitable, y que él considera tan prematuro como inmerecido.

Claro que, tras dos elecciones frustradas en el año, la tercera podría ser la vencida: en caso de que Milei pierda el balotaje, le quedaría poco margen al expresidente tanto para recuperar su control del PRO, como para iniciar el armado de otro emprendimiento político. Pero de allí, justamente, sale todo el activismo que él despliega para tratar de llevar al “peluca”, exmotosierra, al éxito. De todos modos hay que ver si resulta tan fácil jubilarlo, incluso si su esfuerzo resultara en balde: aún en el peor de los casos Macri podría decir que, igual que en 2019, la peleó hasta el final mientras otros tiraban la toalla, que al menos “uno de sus candidatos” entró al balotaje, a diferencia del de sus exaliados, y tendría 40 y tanto por ciento de los votos detrás para contraponer a los poco más de 10 puntos que los que se quedaron en JxC reunieron en las PASO. No sería poco, muchos resistieron la jubilación con bastante menos.

Y aún hay algo más: pareciera que Macri se siente en su salsa, que este juego de ser “el influyente” que se mueve entre la escena y las bambalinas, que entra y sale de la campaña electoral. Eso le gusta tanto como el bridge y el fútbol, y hasta más que ser el centro de toda la atención y el que, eventualmente, tendría que cargarse el gobierno al hombro.

Es que el rol que se ha construido en los últimos tiempos, como estratega y accionista de proyectos que otros encabezan, le permite disfrutar de toda o casi toda la influencia que desea ejercer, sin necesidad de esforzarse ni arriesgar más de lo que considera justificado, en una época de crisis aguda e inestabilidad mayúscula, en que quien da la cara tiene altas chances de que su capital político se evapore en un dos por tres, y pasar de héroe a villano sin aviso. De allí, tal vez, que regresar a la Presidencia haya sido para él una meta no del todo absorbente.

Así las cosas, puede también que la división del trabajo que ha ido encontrando con Milei no sea tan disfuncional como algunos temen.

Muchos se se han preguntado en los últimos días si el líder de LLA no se estará volviendo tan títere de Macri como lo fue Alberto Fernández de Cristina Kirchner, y todavía lo es de Massa. Se comete así, ante todo, una grave injusticia con el presidente saliente: difícil imaginar que alguien pueda emular tales niveles de genuflexión, o cometer tantos actos de autoflagelación para obtener tan poco reconocimiento a cambio.

Pero además existen demasiadas diferencias objetivas entre un caso y el otro. Al contrario que Alberto Fernández, para empezar, el libertario es fundador de un espacio político original, sobre el que reina indisputadamente, y que tiene en su haber al menos 30% de los votos del país. Ningún mérito comparable detentó jamás el ex jefe de campaña de Florencio Randazzo y Felipe Solá.

Lo que podría aportar Macri a la eventual nueva coalición, por otro lado, ni siquiera en el mejor de los casos se compara con el férreo control que Cristina Kirchner ejercía, y todavía en alguna medida ejerce, sobre el peronismo y una alta proporción de su electorado: el macrismo es hoy una facción cismática, de momento minoritaria, al menos en términos territoriales y legislativos, del PRO, y puede que siga siéndolo aún si Milei triunfa, porque lo más probable es que en ese caso el ala moderada de esta fuerza ratifique su pertenencia a JxC y rompa más abiertamente con el ex presidente, para evitar disolverse.

Podría el macrismo entonces aportarle bastantes más legisladores y funcionarios al libertario de los que hoy le responden. Pero nada como el control de distritos importantes (ni siquiera el porteño, como se está viendo en la inesperada autonomía con que toma decisiones al respecto el primo Jorge), o una llave para formar mayorías siquiera en una de las dos cámaras del Congreso.

De este modo, lo que podemos ver se está combinando en el entendimiento entre Milei y Macri es, ante todo, una suma de debilidades.

Suman fuerzas legislativas, pero sin una clara preeminencia de uno sobre otro y sin que a ambos combinadamente les alcance para acercarse siquiera a la mayoría que necesitarían si les tocara gobernar. Y sumarán eventualmente bases electorales, aunque también en un marco de relativo equilibrio y de fronteras abiertas con otros espacios políticos, que desalentará eventuales iniciativas dirigidas a someter o absorber uno al otro. Suman, por último, manifiestas carencias de organización y una palmaria indisciplina reinando en sus respectivos entornos.

¿Podrían bastarse uno al otro, entonces, como socios de una alianza capaz de sostener un gobierno en las durísimas condiciones en que este tendrá que enfrentar a partir del 10 de diciembre? Y la verdad es que no, no habría ninguna chance de que algo así sobreviva: si Milei y Macri planearan prescindir de acuerdos más amplios, se llevarían una fea sorpresa apenas empiece la nueva administración, con derrotas legislativas que serían difícilmente remontables.

¿Podría de todos modos este nuevo espacio de derecha más o menos dura, sobre la base del equilibrio relativo entre sus integrantes, sobrevivir en el tiempo, incluso en caso de sufrir una derrota en el balotaje? No hay que descartarlo. Finalmente, contendrá en su seno a tres de los dirigentes más populares de los últimos tiempos y argumentos de peso para enfrentar con ventaja al gobierno que emergería de esa eventual derrota. Un gobierno que va a tener inevitablemente muchos más problemas por delante de los que hoy sus referentes y sus votantes quieren reconocer.

Tal vez el principal problema que enfrentará este sector, en cualquier caso, va a provenir de la tensión entre los requerimientos de su identidad y las alianzas que necesitaría tejer para no quedar aislado y volverse impotente.

Así como ese es ya un problema entre Milei y Macri, aunque él se disipe circunstancialmente por la división del trabajo tejida a los apurones entre ambos para lidiar con la campaña electoral que tienen encima, lo va a ser y en mucha mayor medida con el resto de los actores políticos. En particular con lo que quede de JxC y los peronistas disidentes. Y la cuestión es que, en vez de encararlo con sensatez, Macri y Milei parecieran esmerarse en ignorarlo, levantando muros de rencor.

Un poco forzados por las necesidades que impone construir o redefinir sus identidades, pero también por el estilo excesivamente autorreferencial y poco propenso a ceder y negociar de ambos dirigentes, parecen estar dedicados más que nada a trazar fronteras tajantes e irreconciliables entre ellos y el resto del mundo: de un lado estaría “el cambio”, “lo nuevo” y “el futuro”, y del otro el pasado, la complicidad con el statu quo y el fracaso; de un lado la salud y la verdad, del otro los piojos y los desviados. Con lo que alientan a los destinatarios de tamañas descalificaciones a actuar en consecuencia, identificándolos a su vez como amenazas a la convivencia y a su propia existencia. En mayor medida esto sucede, encima, con aquellos actores con los que más afinidad Milei y Macri podrían tener, y a los que más van a necesitar para poder formar mayorías legislativas en torno a proyectos de cambio.

Tal vez porque está faltando lo esencial que Macri podría o debería aportarle a Milei: experiencia y destrezas para jugar productivamente el juego de la cooperación. Para lo cual, claro, el expresidente debería haber sacado buenas y no malas lecciones de su paso tanto por el gobierno como por Juntos por el Cambio. Que es lo que finalmente, como revelan sus brincos estratégicos de los últimos tiempos, él no parece haber acumulado.

Marcos Novaro

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