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Columnistas

El calor y el conurbano no se llevan bien: sin clases ni seguridad, peligra la paz social

Hay dos conurbanos en un mismo Gran Buenos Aires: los de paisajes aristocráticos y modernos, y los de viviendas hacinadas con personas sin nada por esperar. A todos los afecta, sin embargo, la inseguridad, la economía y que los chicos estén en las calles, no son un buen combo. 

Los chicos de muchas barriadas del Gran Buenos Aires no van al colegio. Nuevamente. Ahora no es la pandemia ni el cierre dispuesto por las autoridades de la provincia. Es el calor intenso, sofocante y, también, gráfico.

¿Por qué gráfico? Porque mostró que la mayoría de los establecimientos no estaban en condiciones para soportar semejante temperatura. Ni los públicos ni los privados. Inclusive muchos establecimientos determinaron que durante los dos primeros días de la semana los chicos no fueran a clases y no les correrían la falta.

En el Estado funcionó de otra forma. De facto. Con la complicidad silenciosa de un sindicato acostumbrado a quejarse ruidosamente durante las gestiones de Daniel Scioli y María Eugenia Vidal pero que ahora cobija, como uno de los propios, a Axel Kicillof y, por este motivo no hubo ninguna expresión pública que pusiera en alerta que las escuelas públicas no contaban con los ventiladores adecuados o, directamente, no funcionaban.

Los cortes de luz hacían, además, de la metrópolis un infierno donde las casas se quedaban - y se quedan - repentinamente sin suministro eléctrico por un par de horas o días sin que nadie les informe sobre cómo y cuándo restablecerían el servicio.

Las veredas, de pronto, se llenaron de piletas de lona por diestra y siniestra. Las casas, donde viven más personas que las que deberían estar, no pueden soportar tanta circulación interna de padres y hermanos sin actividad fija, hijos sin estudiar y madres que no pueden hacer todo.

Entonces, hay chispas. Fogonazos. Como pasó hoy en Villa Madero, una localidad de clase media clásica cercada por asentamientos que hacen del lugar un barrio con miedo. Su pujanza hizo que un sector se llamase Ciudad Madero, en el espacio más cercano a la Avenida General Paz casi llegando a la autopista Richieri.

La comisaría terminó siendo atacada no por unos vándalos que protestaban porque maltrataban a los presos. No. Querían seguridad. No tienen mucho ya. El trabajo que consigue es precario. Sus hijos prefieren mudarse que seguir viviendo ahí y las nuevas familias, muchas veces, no tienen nada que ver con sus costumbres.

Llamativamente, para evitar este tipo de situaciones y dar un claro ejemplo de preocupación y cercanía, Sergio Berni eligió el extremo de Camino de Cintura, inicio de la Ruta 4, a la altura de la General Paz, para ubicar su destacamento y oficina desde donde se mueve hacia el sur, oeste y norte de la Provincia de Buenos Aires con el helicóptero que él mismo se encarga de pilotear.

Pero, para llegar hasta Villa Madero (nada que ver con Puerto Madero, donde vive Alberto Fernández y tiene más de una decena de propiedades su vice) no era necesario nada más que una moto, que también utilizaba, o un vehículo policial. En cinco minutos podía estar ahí. No estuvo. Y la Policía, que no sabe si cuidar presos, perseguir delincuentes o aceptar la plata de la cada vez más presente industria del narcotráfico, vive padeciendo falta de personal y vehículos al mismo tiempo, lo que aumenta la inseguridad diaria.

Cuando volvían a sus casas, esos mismos vecinos indignados por tantos robos y muertes, vieron y escucharon que la inflación era del 6,6%. Pero ya lo sabían. Hace tiempo que su billete de más grande numeración sólo le alcanza para elegir entre las verduras o el almacén, medir cuánto y cuál carne comprar y pensar que al día siguiente debe pasar por la misma situación. Por eso, cuando los encuestadores en la calle golpean la puerta para preguntar qué siente la gente, la respuesta más escuchada es “bronca y tristeza. No podemos seguir viviendo así”.

Alejandro Cancelare

onlineMDZ

Paz Social conurbano ola de calor Escuelas públicas y privadas

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