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Cultura

La fuerza de Karu

María Belen Cura

Por María Belen Cura

Desde niña, mi abuelo me contaba repetidas veces una historia, según él para que no se le olvidara, esta historia que venía de sus antepasados, saltando de generación en generación y sabían que al olvidarla significaba que ya pronto partirían de esta tierra, de esta manera mi abuelo hacia todo lo posible por recordarla, era su especie de amuleto de vida…

El patio, era su lugar preferido para repetirla sin olvidar ningún detalle.

En un pequeño pueblo de China, existió una comunidad que habitaba a los pies de montañas tan altas que llegaban a las nubes, allí, la gente era amable y servicial, no como los tiempos de ahora -diría mi abuelo-, no había maldad, ellos solo se dedicaban a trabajar la tierra y a sus hermosas fiestas con luces y fuegos artificiales que cada semana se esmeraban en preparar para regocijarse en el día de descanso. Eran felices a su modo, un pueblo lleno de colores y armonía.

Pero este pueblo con sus hermosos habitantes, tenía un secreto, cuando la primer familia llego a esas tierras, descubrió un pequeño y hermoso dragón, huérfano, casi sin posibilidades de sobrevivir, ya que no sabia cazar, aún era muy pequeño, la familia sin pensarlo dos veces decidió adoptarlo, los primeros años no fueron fáciles ya que tenían atenderlo y educarlo, pero con el tiempo se convirtió en un integrante más del hogar, hasta jugaba a las escondidas con los más chicos de la casa y sus primeras bocanadas de fuego dieron mucho miedo! Pero, también, con amor, le enseñaron a controlarlo … todo marchaba a la perfección, la familia estaba completa y feliz con un dragón al que llamaron Karu.

El tiempo fue pasando, y a esas tierras, que a nadie pertenecían, llegaron más habitantes, que en busca de un mejor lugar para vivir se aventuraban en los caminos y llegaban a esas tierras bañadas de sol a orillas de montañas y cerca, muy cerca de la costa.

La condición para quedarse allí era, que, ningún extranjero podía saber de la existencia de Karu, cada vez que una nueva familia llegaba, tenían que sentarlos en un enorme patio y lentamente mostrarles a este hermoso dragón que ya era casi adolescente, muchos se desmayaban, algunos corrían despavoridos, las madres asustadas corrían a proteger a sus hijos, mientras que los pequeños solo querían tocar su piel y ver de cerca sus hermosos colores. Claro que a Karu esto le encantaba, el amor que le brindaban, y niños sobre su lomo.

Los adultos lo veían como una opción para protegerse, ya que, al estar tan cerca de una costa podían llegar visitantes y no tener tan buenas intenciones. Eran familias ordenadas y amorosas, que solo querían un lugar tranquilo para vivir y disfrutar.

El tiempo fue pasando, el pueblo se hizo cada vez mas grande, con mas casas, y las noches adornadas de luz, sonidos y aromas de comidas. Así como el pueblo creció también lo hizo Karu, quien ahora, por su tamaño, dormía en una de las tantas cuevas que tenía en una de tantas montañas.

En el pueblo reinaba la paz, hasta que unos navegantes en búsqueda de tierra firme, encontraron el pueblo. Asustados los habitantes, enviaron a uno de los más jóvenes a escalar la montaña para llegar a donde estaba Karu a advertirle que no bajara, hasta que los visitantes se fueran.

Esa noche Los navegantes comentaron que el año anterior estuvieron del otro lado de la costa, donde había otro pequeño pueblo y descubrieron que tenían un dragón, que jamás bajaba de las montañas, que solo lo veían volar en algunos lugares del cielo, que tenía hermosas y grandes alas, pero nunca pudieron ver su rostro. Este comentario hizo que los habitantes se preocuparan por Karu, pero el relato era tan impreciso que creyeron que había más dragones, y los navegantes exageraban tanto que, al escucharlos, los habitantes quedaban tan interesados como sorprendidos, hasta que Karu se enteró que no era el único, también se dio cuenta que los habitantes del pueblo estaban más interesados en ver la figura de este nuevo dragón en el cielo que en jugar con él. Karu se sintió tan mal que ya casi no salía de su cueva, y esto le produjo un profundo dolor, que, al poco tiempo, se transformó en ira, la misma que hizo que Karu, por primera vez, desobedeciera, comenzó a desplegar sus alas, y lanzar poderosas bocanadas de fuego que rápidamente quemaron los árboles tan protegidos por los habitantes de ese pueblo.

El caos que trajo la ira de Karu reinó por un mes, ya nadie salía de sus casas, no había fiestas, armonía ni amor y algunos habitantes decidieron cruzar al otro lado de la costa en búsqueda de ese dragón desconocido para poder frenar la ira de Karu. Al llegar al pueblo vecino treparon las montañas pero dieron con una enorme sorpresa, no encontraron ningún dragón, solo un espejo gigante formado por años de capas de nieve con un cristalino reflejo del cielo donde habitaba karu.

Así entendieron que nunca hubo otro dragón, solo personas que se dejaron llevar por comentarios restando importancia al secreto que celosamente guardaban, dejando de lado a quien durante años fue fuente de alegría y amor.

Mi abuelo nunca dijo que pasó con Karu y su ira, no dijo si pudieron controlarlo, solo insistía que jamás dejáramos pasar la oportunidad de valorar lo que dentro de nosotros habita, la fuente del amor y de la felicidad, que no podemos hacer caso a todo lo que escuchamos, ni tampoco a lo que vemos, ya que muchas veces podemos caer en el caos.

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