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Opinión

Cristina abrazó al peronismo en su causa y complica a toda la política

El peronismo no esperaba ayer una acusación global de la dimensión de la que lanzó Cristina Fernández de Kirchner contra toda la clase política, incluido su propio marido, involucrándola en su propio juicio por corrupción. La vicepresidenta había pedido que se le permitiera ampliar su declaración indagatoria tras la acusación que presentó el equipo del fiscal Diego Luciani durante los nueve días que duraron los alegatos en su contra en el tramo final de la causa Vialidad. El tribunal, como se sabe, no le habilitó ahora esa declaración, sino que la postergó para cuando terminen las presentaciones de todos los acusados. Y Cristina, entonces, se creó su propia instancia (no legal) para declarar, montando el acto que ayer transmitió en cadena nacional vía YouTube.

Hasta ahí todo lo conocido, y de hecho para nada nuevo, ya que estas declaraciones catárticas han sido una constante en su vida política; la sorpresa para el peronismo llegó de la mano de los argumentos. Esencialmente, Cristina intentó distribuir la culpa por la corrupción que se denuncia durante los tres gobiernos kirchneristas entre todo el peronismo, los empresarios y hasta el macrismo.

El camino que eligió es sinuoso y dejó descolocado a todo el oficialismo. La vicepresidenta no respondió técnicamente a ninguna de las acusaciones que le hizo Luciani, tampoco se preocupó demasiado en negar la existencia de corrupción en el otorgamiento de obra pública en el Estado argentino y casi como síntesis proclamó la culpabilidad general de toda la política por los delitos que se le imputan.

La prueba de eso fue una frase que paralizó al oficialismo: “Este no es un juicio a Cristina Fernández de Kirchner. Esto es un juicio al peronismo”. Ese resumen incluyó mostrar capturas de chat donde José López, el culpable directo según su razonamiento, dialogaba con Nicolás Caputo (el hermano de la vida de Mauricio Macri, ahora alejado según cuentan sus conocidos) o Eduardo Gutiérrez, ambos empresarios dedicados a la construcción y especialmente a cerrar contratos de obra con el Estado. Por lo tanto, lo más lógico es que ambos, y muchos otros, mantuvieran conversaciones telefónicas con López que en ese momento era precisamente el secretario de Obras Públicas.

Cristina exige ahora que todo el peronismo la defienda; proclama que la Justicia avanza contra todo el peronismo cuando en realidad la acusación es contra ella y sus funcionarios y hasta acepta cantar la marchita desde un balcón del Senado junto a quienes fueron a apoyarla. El problema es que lo que ella llama el "peronismo" es, por ejemplo, el club de gobernadores oficialistas que no solo le retacean solidaridad a ella en estas instancias judiciales, sino que hasta ahora tampoco se han jugado por el plan de Sergio Massa. No es tiempo de pedirle semejante sacrificio a los gobernadores peronistas cuando están luchando por sobrevivir en sus provincias para las próximas elecciones, casi todos desdoblando comicios para separarse de las desgracias del Gobierno de Alberto Fernández.

La vicepresidenta usó todo el cotillón típico de sus presentaciones para innovar también en una estrategia que sorprendió: relacionar a empresarios como Caputo con funcionarios de su Gobierno intentando, con poco éxito, abrazar también a Juntos por el Cambio en el lodo de la corrupción. En el límite de lo creíble Cristina intentó sembrar la duda sobre que los ya famosos US$9 millones de los bolsos de López tuvieron origen en empresarios relacionados con el macrismo y no con prácticas kirchneristas. Lo cierto es que todos los chats que mostró ayer Cristina Fernández de Kirchner se produjeron entre el 2013 y finales de 2015, es decir, durante su Gobierno. Y se trata en todos los casos de nombres habituales en la obra pública; es decir, poca sorpresa en ese punto.

El reconocimiento implícito de la existencia de corrupción general que hizo Cristina (tampoco nada que sorprenda a ningún argentino) incluyó hasta una confusa mención a su propio marido al recordar que el Héctor Magnetto, cabeza del Grupo Clarín, visitó la Residencia de Olivos en múltiples oportunidades hasta que el fallecido presidente firmó la autorización para la fusión Cablevisión-Multicanal en diciembre del 2007. Es decir, un par de días antes de entregarle el mando a su esposa. Cristina ayer hasta protestó en tono de incógnita porque la Justicia no había investigado esa operación, mientras que a ella la acusaban. A funcionarios de Alberto Fernández les corrió frío por la espalda ante esa mención.

Argumentos extraños para una estrategia conocida que ahora le plantea un desafío al presidente y un gran dolor de cabeza a Sergio Massa que, más allá de tener o no alguna chance de enderezar la economía de este país, necesita al menos un poco de calma para que el mercado crea que existe un mínimo de estabilidad política. El peronismo ahora deberá decidir si acepta compartir las culpas que Cristina intenta distribuir, mientras el kirchnerismo duro y la CGT deciden si esperan el avance de la causa o vuelven a poner en jaque un Gobierno de por sí débil como el de Alberto rompiendo la frágil tregua que vivimos estos días.

Rubén Rabanal

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