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Opinión

Cuidado con la euforia

Ante todo, deberíamos reconocer que el triunfo NO ha sido de la Argentina en su conjunto, sino de un grupo de jugadores que emigraron hace años al mundo desarrollado tentados por suculentos salarios, que fueron absorbiendo los fundamentos de una cultura diferente a la nuestra: más realista, con una clara apuesta al desarrollo y, en general, una disposición a aceptar que en el mundo existen jerarquías y uno debe rendirle culto a esta realidad.

No se puede cuestionar la legitimidad de origen: se trata de reconocer que son argentinos muy influidos por lo antedicho, aunque no hayan abandonado su apego al mate y las tortas fritas.

Los jugadores tuvieron así la oportunidad de optar por un estilo de vida superior, al ser parte de empresas independientes que se manejan en base a los resultados obtenidos. Un escenario donde existen capitalistas que arriesgan su dinero para crear trabajo y fomentan competencias, por medio de transacciones comerciales que apuntan a desarrollar negocios exitosos dentro del deporte profesional. Aunque suene sacrílego para algunos.

El segundo aspecto a considerar es que ninguno de nosotros se preparó y sacrificó para jugar al fútbol como lo hicieron los jugadores capitaneados por un superdotado “natural” como Lionel Messi. La Copa es de ellos y debemos agradecerles que nos la ofrezcan como tributo. Muchas gracias y punto.

La tercera cuestión está vinculada con una pregunta inquietante: ¿qué haremos con todo esto? ¿Modificaremos nuestras conductas “nacionales y populares”? ¿Aprenderemos a rendirle tributo al esfuerzo y el mérito? ¿Seguiremos creyendo que el éxito se nos debe dar por el solo hecho de ser argentinos? ¿Estaremos dispuestos a hacer un sincero acto de contrición?

Porque haber ganado tres copas mundiales de fútbol no nos ha cambiado un ápice en lo profundo. Para ponerlo en lenguaje futbolero: el país se sigue pareciendo a los partidos de las ligas de aficionados, que se juegan en campos de tierra con escasos manchones de césped, redes agujereadas en los arcos, casi sin alambrados y con tribunas construidas con tablones de madera claveteados entre sí con impericia.

Todo eso ocurre después de años en que el mundo sacó sus carretas del barro y disputan entre sí por el crecimiento de las empresas tecnológicas, la industria energética, los laboratorios medicinales, las fábricas de automóviles y productos alimenticios y cientos de miles de actividades que se rigen por la COMPETENCIA, algo que los argentinos hemos desterrado del lenguaje cotidiano como si fuese una herejía.

Así es que, repetimos: ¡cuidado con la euforia!

Este triunfo es solo una muestra aislada de un grupo de muchachos que evolucionaron culturalmente al compás de quienes les pagaron muy bien por desempeñar sus funciones, pero, al mismo tiempo, les exigieron que dejaran las añoranzas sensibleras de una tierra lejana que no pudo pagarles lo que valían por su talento natural.

Muchachos dirigidos por un técnico de pocas palabras y una gran mesura al momento de celebrar esta pequeña muestra de lo que significa estimular un grupo de trabajo mediante consignas firmes y claras.

Por el momento, el saldo inquietante luego del arribo de los futbolistas ha evidenciado las características “nacionales y populares” de una barbarie que dejó en su camino de “festejo popular” (¿) toda clase de desechos e inmundicias, rompiendo todo a su paso y dando la impresión de que todo parece estar como era entonces. Cuando la copa permanecía aún en las vitrinas de Qatar.

A buen entendedor, pocas palabras.

 

 

 

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Por Carlos Berro Madero

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