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Opinión

¿De qué y cómo murió el Beato Fray Mamerto Esquiú?

Al cumplirse hoy un nuevo aniversario de su paso a la gloria de Dios, recordemos en qué circunstancias se produjo el fin de su vida terrena, tan humildemente como nació y fue su santo e intelectual transcurrir.

El entonces Obispo de Córdoba se sintió morir en la diligencia que lo llevaba desde La Rioja de regreso a Córdoba. En esa época, el viaje de Córdoba a La Rioja, y viceversa, se hacía por ferrocarril desde la ciudad de Córdoba a la población de Recreo, en nuestra provincia, y desde allí, por vía terrestre, a caballo, o en diligencia, hasta la ciudad de La Rioja. Concluida su misión pastoral en esta ciudad de Todos los Santos de la Nueva Rioja, y de regreso, su salud, ya afectada al partir, se deterioró aún más, y, según las crónicas, lo consumía la sed. Al tercer día, la diligencia se detuvo en la posta del Suncho, con el Pastor muy enfermo y allí, a las tres de la tarde, se produce su fallecimiento. Era el 10 de enero de 1883 y el sacerdote tenía 56 años. Su muerte, a relativamente temprana edad, fue inesperada; días anteriores había padecido molestias estomacales  e intestinales; se creyó que las razones se debían a la ingesta de algunos alimentos, por lo que no se consideraron síntomas de gravedad.

El 8 de enero de 1883 emprendió el viaje de regreso a la docta, en diligencia hasta Recreo, acompañado de su secretario, el Pbro. Pedro Anglada, y otros tres pasajeros, con más de cuarenta grados a la sombra de temperatura ambiente. Al día siguiente su salud empeoró. “Tenía mucha sed, se sentía indigestado y le pesaba la cabeza. Decía tener sueño y no poder dormir, y lo molestaba una tos permanente”. Me imagino lo que sería para una persona que iba muy enferma, soportar un viaje en esas condiciones, con las elevadísimas temperaturas en esas regiones semidesérticas, en el mes de enero, con el incómodo  traqueteo permanente de ese tipo de vehículos,  transitando por huellas en muy mal estado, y tapados aspirando el polvo del camino.

En Medanitos, hicieron un alto y no pudo comer; uno de los pasajeros le dio un remedio homeopático que le calmó la sed. A la noche le improvisaron una cama con un cuero en medio del campo y un techo de mantas para protegerlo del rocío. El martes 9 amaneció aparentemente mejor; desayunó, tomó el remedio del homeópata y continuaron el viaje. El malestar volvió en seguida y el sacerdote sentía otra vez mucha sed.  El día 10 llegaron a la Posta del Suncho, en el departamento La Paz.

El obispo, desde su asiento, impartió la bendición a los pobladores que lo esperaban, pero no pudo bajar; ya casi no hablaba y no podía casi moverse. Sufrió dos descomposturas y tuvo que ser llevado por varias personas hasta una cama donde se desvaneció. Se le practicaron diversas curaciones sin resultados. A las tres de la tarde murió, entregando su alma a Dios.

Antes de la llegada de sus restos mortales a Córdoba, según datos consignados en el sitio web www.atlas.catamarca.gov.ar, su cuerpo fue trasladado a Recreo, en la misma diligencia, donde lo esperaba un tren que lo llevaría hasta la estación Avellaneda, Departamento Ischilin, Provincia de Córdoba, para rendirle los honores correspondientes, que se debieron suspender por el natural avanzado estado de descomposición del cuerpo, favorecido por esos terribles calores. Al resultar chico el ataúd enviado desde Córdoba, por el estado del cadáver,  Fray Mamerto fue enterrado “provisoriamente en la Capilla particular de la familia Martínez, sólo amortajado con su hábito Franciscano, donde permaneció por espacio de 31 horas bajo tierra”. La página refiere también que –desenterrados los restos- los mismos fueron trasladados a Córdoba.

El franciscano Luis Cano, en su libro “Fray Mamerto Esquiú Obispo de Córdoba (Argentina)” cuenta, en base a los dichos del secretario Anglade, pormenores de las últimas horas del Venerable de la Iglesia.

A las casi cuarenta y ocho horas fue exhumado para ser conducido a Córdoba, pues así lo dispuso un decreto del Gobierno Nacional. En algunos círculos del país, al conocerse la noticia de la muerte del padre Esquiú, corrió el infundado rumor de que había sido envenenado con Arsénico, que incluso fue publicado en algún medio. Ante la insistencia y gravedad de los mismos, el Gobierno de la Nación ordenó por decreto, firmado por el entonces presidente Don Julio Argentino Roca, que se hiciera la autopsia del cadáver. Ocho días después de la muerte, y habiendo estado cuarenta y ocho horas sepultado el cadáver directamente en tierra sin ataúd, se hizo la autopsia en el Hospital San Roque, de Córdoba, bajo la dirección y responsabilidad del doctor Antonio Ruperto Seara. El cuerpo se encontraba en avanzado estado de descomposición, lo previsible por los días transcurridos desde la muerte, las temperaturas extremas,  y el haber permanecido bajo tierra.

Supongo que se dispuso ese nosocomio para el procedimiento, porque en ese viejo Hospital San Roque se encontraba la Cátedra de Anatomía Patológica de la Universidad Nacional de Córdoba, y la Morgue Judicial. Allí aprendimos a practicar las autopsias Médico Legales.

Según la información existente, concluida la operación de autopsia, el informe decía: “Su enfermedad de hernia que desde hace años le impedía andar a caballo, una tos constante que lo aquejaba desde hacía varias semanas se agravaron con semejantes circunstancias, lo que le causó gran indisposición con vómitos de sangre, con una probable estrangulación de los intestinos, con la consiguiente inflamación. No hubo el caso de una indigestión. Practicóse el análisis de las entrañas… En cuanto al envenenamiento del ilustre extinto, no vemos ni la sombra de un acto que arroje la más mínima probabilidad. ”El Doctor Tomás Cardozo, quién realizó el análisis químico dijo: “No he encontrado absolutamente ninguna sustancia venenosa”

Lo que llamó inmediatamente la atención del Dr. Seara, y de los Doctores Achával, Rossi y Gómez, encargados del posterior embalsamamiento del cuerpo para las exequias, es que, a pesar del avanzado estado de descomposición del cadáver y sus vísceras, el corazón estaba absolutamente intacto, incorrupto. Esto maravilló a Seara, quien lo extrajo y lo guardó en un frasco con líquido conservante.

Hasta aquí la información que pude recoger de la bibliografía, artículos periodísticos y crónicas sobre el tema, que probablemente todos conocen.

Pero los informes médicos no determinan una causa eficiente de muerte, sobre todo si consideramos que era una persona relativamente joven, que ejercía sin inconvenientes su misión pastoral, y que venía de hacer un viaje similar de ida, y cumplir su tarea sin inconvenientes. Sí, descartan categóricamente la posibilidad de envenenamiento. Téngase en cuenta la precariedad de los medios científicos y tecnológicos, que ayudan al diagnóstico, en esa época.

El prestigioso médico Telémaco Susini, Profesor Titular de la Cátedra de Estudios Anátomo patológicos de la Universidad de Buenos Aires, en un extenso artículo publicado en la “Revista Médico Quirúrgica”, luego reproducido en otros medios, critica severamente los procedimientos de la operación autopsia practicada por los peritos médicos de Córdoba, diciendo entre otras cosas “…Los médicos que han practicado la autopsia han cometido graves errores…para llegar a un buen resultado…” “…No existe informe médico legal alguno respecto a la muerte del P. Esquiú, pues no merece ese nombre los documentos publicados. No puede ni aún sospecharse de que ha muerto el P. Esquiú…”

En consecuencia el interrogante que sirve de título a esta nota sigue sin respuesta. No sabemos de qué murió el Santo varón.

Especulando teóricamente, y sólo en el terreno de las hipótesis y suposiciones, en base a la poca información que tenemos, y las crónicas, por la intensa sed es de suponer que tenía una gran deshidratación y fiebre. Los “vómitos de sangre” a que hace referencia el informe, podrían haber sido hematemesis, o sea originados en el aparato digestivo, o hemoptisis, del aparato respiratorio, porque, además, se habla de una tos persistente. No hay referencias de que padeciera Diabetes, como posible causa de la intensa sed, ni síntomas que hagan sospechar una afección cardíaca. Además su corazón incorrupto no mostraba signos de haber sufrido un infarto de miocardio, lo que se hubiera podido apreciar macroscópicamente, cuando fue extraido, incorrupto, de su cuerpo.

Así que las dos causas probables que se me ocurren, siguiendo con estas especulaciones son, o una hernia estrangulada con necrosis intestinal y shock séptico, o una neumopatía que se descompensó y agravó por el calor y la deshidratación, o ambas patologías coincidentes.

Después de ser reconocido en los círculos intelectuales y políticos del país, por su versación y su capacidadad; de ser el orador de la naciente constitución; de su designación por sus méritos eclesiásticos y pastorales como Obispo de Córdoba, donde desarrolló una importantísima actividad religiosa , intelectual y académica, y de haber rechazado el Arzobispado de Buenos Aires; de haber peregrinado a Tierra Santa, Dios quiso, preparándolo para su santidad, que dejara este mundo terrenal con gran sufrímiento, y no bajo el dosel de su cama de Obispo en Córdoba, sino como nació y vivió, en un catre de tiento, bajo el techo de paja de un humilde rancho de un rincón de la provincia que lo vio nacer.

Lo cierto es que el 10 de enero de 1883, Dios se lo llevó a su lado, al lugar donde están los Santos, y hoy recordamos con devoción  y fe un nuevo aniversario de la partida del Justo y Virtuoso, ya Beato, por gracia del Señor.

 

 

(*) El autor de la columna es Médico Cirujano Mat. Prof. 359

Especialista en Cardiología Mat. Prof. Esp. 19

Médico Legista Mat. Prof. Esp. 148

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