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Opinión

“Evitista” y “neoliberal”, las dos caras de una misma moneda peronista

Así como Juan Perón fue en su segundo mandato el sepulturero del evitismo de Eva, así como Carlos Menem lo fue del evitismo sindical que había hecho la vida imposible a Raúl Alfonsín, ¿será Sergio Massa el que le hará el funeral al evitismo kirchnerista? ¿Hay un siniestro Mr. Hyde “neoliberal” escondido detrás de los tranquilizadores rasgos del Dr. Jekyll, del peronismo “popular”? Las comparaciones históricas son a menudo engañosas, pero si muchos indicios son una prueba, entonces la historia peronista ofrece tantos como para formar una verdadera trama, un guion que se repite. Tanto es así que la misma historia podría contarse al revés: así como el evitismo sindical sepultó al Perón del congreso de la productividad, así como el evitismo kirchnerista aplastó el menemismo “neoliberal”, es previsible que un nuevo evitismo se levante hoy o mañana contra el tímido giro de Massa, tan tímido que tampoco se parece a un giro. ¿Quién vestirá las ropas sagradas del “popular” doctor Jekyll contra el mefistofélico mister Hyde? Quizás la propia Cristina. O el primogénito, como corresponde a las dinastías. O Juan Grabois, aspirante a mártir. ¿Que un nuevo profeta se esté incubando entre los “misioneros de Francisco”?

Pero no corramos, un paso a la vez. Si esta observación es correcta, podemos deducir que en el peronismo coexisten dos almas, “evitista” y “neoliberal”, peronista de Eva y peronista de Perón, anticapitalista y mesiánica la primera, capitalista a pesar suyo y pragmática la segunda, la primera “popular” e imbuida de “sensibilidad social”, como le gusta definirse a sí misma, la segunda cínica y “tecnocrática”, según la desprecian muchos. Pero ¿son realmente dos almas? ¿O son caras de la misma moneda? ¿No serán expresiones complementarias de una misma visión del mundo? ¿Causa y efecto la una de la otra?

Antes de responder, una breve premisa. En rigor, la palabra “neoliberal” ha perdido buena parte de su significado original, así como la era neoliberal hace mucho que declinó en América Latina y en otros lugares, barrida por las crisis financieras y el abrupto giro geopolítico posterior a 2001. Han pasado quince años desde que Javier Santiso marcó el declive y saludó el advenimiento de la “política económica de lo posible”, menos ideológica y más atenta a la sostenibilidad social y macroeconómica. Desde entonces, la palabra “neoliberal” se ha convertido en una “metapalabra”, en un garrote ideológico contra cualquiera que fomente la oportunidad de una liberalización, una racionalización, un equilibrio prudente entre Estado y mercado, una cierta dosis de sentido común económico.

Aclarado esto, volvamos a nuestras preguntas. Sería injusto afirmar que los dos peronismos son en realidad uno solo, el mismo traje al revés. No se puede negar que junto a un alma cegada por el odio moral a la economía de mercado, en el peronismo hay otra más realista. Prueba de ello son los frecuentes y a veces violentos conflictos entre ellas. Pero también sería miope no advertir el denso sistema de vasos comunicantes que hace muy fluido el paso de ideas y personas de un peronismo a otro. No es raro que algunas fotos amarillentas nos recuerden el pasado enamoramiento menemista de tantos kirchneristas puros y duros de hoy. ¿Quién nos dice que varios no estén listos para hacer el mismo viaje al revés? ¿Para subirse al bote salvavidas de Massa antes de que se hunda todo el barco? Todo vale para que el peronismo se mantenga a flote e interprete todos los papeles de la comedia: el de pirómano y el de bombero, el de revolucionario y el de moderado, el populista y el neoliberal. Hasta el momento en que, pasada la tormenta, todo haya cambiado para que nada cambie realmente.

Si esta es, en pocas palabras, la trama de la que hablaba, se pueden entender mejor dos elementos recurrentes de la historia argentina. Uno más grave que el otro. El primero y más obvio es que además de tener grandes problemas con la democracia, el peronismo los tiene aún mayores con la economía. Con la primera, porque se obstina en actuar como partido único, en eludir sus responsabilidades al jugar tanto como gobierno y como oposición a sí mismo, tratando de sacar consensos hasta de sus fracasos. Confunde así roles y funciones que en toda democracia van separados. Es su atávica pulsión totalitaria, nunca asumida, por lo tanto, nunca superada. Con la segunda, porque su matriz cultural católico-integrista en perpetua guerra con la modernidad lo lleva, ora a estériles cruzadas anticapitalistas, ora a distorsionar el mercado para apaciguar su culpabilidad. ¿Resultado? El peor de los mundos: paternalismo, moralismo, irracionalidad, familismo, amiguismo, mala conciencia. Si el capitalista convencido puede producir un capitalismo más o menos saludable, el capitalista vergonzoso siempre producirá un capitalismo enfermo y corrupto.

El segundo elemento desciende del primero y suena paradójico: el peronismo es el único partido “neoliberal” argentino. De hecho, es el único que puede adoptar medidas “neoliberales” sin ser arrollado por la furiosa oposición peronista al “neoliberalismo”: una burla para el peronismo, una pesadilla para el país. Me explico: si la Argentina debe ingerir dosis masivas y dolorosas de medicinas “neoliberales” con mayor frecuencia y virulencia que otros países, es porque lo imponen los efectos de la intolerancia peronista hacia la economía de mercado, de su pretensión de gobernarla con preceptos teológicos. Es un perro que se muerde la cola: a fuerza de despreocuparse de los equilibrios fiscales, de distorsionar tarifas, de subsidiar privilegios, de cultivar clientes políticos con dinero público, de burlarse de la productividad como fantasía tecnocrática, de defender la ineficiencia denigrando “el eficientismo”, de argumentar que el déficit público no causa inflación, de negar que el proteccionismo perjudique a la innovación, tarde o temprano las gallinas vuelven al gallinero. Si, como en el cuento de los tres cerditos, los gobiernos previsores construyen casas de ladrillo, ningún lobo las barrerá: habiendo encontrado las cuentas ordenadas, los nuevos gobiernos de Chile y Colombia pueden planear ambiciosas reformas tributarias, por buenas o malas que sean. Pero quienes confían en la providencia más que en la previsión no pueden evitar extremos remedios contra males extremos: de ahí los notorios “ajustes”. ¿Por qué sorprenderse? La Argentina sigue así los pasos de Cuba y Venezuela, el peronismo los del castrismo y el chavismo, obligados a someterse a tremendas terapias “neoliberales” para tratar de salir del pozo en que se metieron. Terapias más “neoliberales” que las jamás adoptadas por cualquier gobierno “neoliberal”: ¡justicia poética! Pagada por el sufrimiento de los ciudadanos. El día que los argentinos rompan esta cadena, que cambien el guion, comenzará el fin del declive.

Loris Zanatta

 

 

 

 

 

 

 

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