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Opinión

Otra vergüenza internacional

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Para sorpresa de nadie, el Gobierno argentino acaba de rechazar el lapidario informe oficial de las Naciones Unidas, que ratifica, por segunda vez, la existencia de terrorismo de Estado en Venezuela, con por lo menos siete mil muertos, torturados y desaparecidos.

Vale la pena repasar el textual de ese informe, transcripto este martes por Mariano Caucino: se constataron torturas mediante “fuertes golpizas; asfixia con sustancias tóxicas y agua; posiciones de estrés; reclusión prolongada en régimen de aislamiento en condiciones duras; violencia sexual y de género; incluida la desnudez forzada y violación; cortes y mutilaciones; descargas eléctricas; uso de drogas para inducir la confesión; tortura psicológica. Algunos de estos actos provocaron lesiones físicas graves y/o permanentes. Esto incluyó la pérdida de funciones sensoriales o motoras, lesiones reproductivas, abortos, sangre en la orina y costillas rotas”.

Como bien se sabe, la funcionaria de Naciones Unidas responsable de ese informe oficial es nada menos que la titular del Comité de Derechos Humanos de la ONU, la alta comisionada Michelle Bachelet, justificadamente notoria por su lucha contra Pinochet, Videla y otros criminales de América latina y a quien Alberto Fernández acaba de evocar, extrañándola (textual) como eventual compañera “para cambiar al mundo” (sic).

Sin embargo, sépanlo usted señor, usted señorita y, por qué no niñes, el Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto de la República Argentina acaba de desconocer la validez de ese pronunciamiento oficial de la Organización de las Naciones Unidas. Y punto.

Cualquiera que conozca al catecismo kirchnerista sabe perfectamente que su política exterior se subordina a las necesidades de satisfacer a sus seguidores ideológicos en la política interna. Mucho más ahora. Cuando queda poca riqueza para revolear, repartamos gratificaciones simbólicas. Si no hay pan, le damos circo.

Ese acto de fe transforma al fracaso en una victoria: nos va tan mal económicamente adentro porque desde afuera nos ponen la bota encima y no nos dejan crecer. Igual contra Caracas “hay una arbitraria presión internacional sobre Venezuela” (sic de declaración oficial argentina), precio que pagamos por sostener nuestros ideales con admirable dignidad. Santiago Cafiero tiene razón: a usted no le hace falta comprar dólares, consígase una remera del Che Guevara y todo bien.

Cuanto peor nos va, más se confirma el acierto de nuestra heroica bitácora, sedicentes revolucionarios que nos hunden en el atraso. Una realidad internacional tan malvada permite, por ejemplo, al canciller Felipe Solá, un varonil exabrupto de infrecuente coherencia: enfrentamos, sin dudas, “un mundo de mierda” (sic de nuestro representante ante ese mismo mundo).

Los argentinos supimos bien ganarnos una infame reputación en materia de derechos humanos, pero el oportunismo justifica la ruptura de cualquier límite: el kirchnerismo y sus votantes dedicaron años a la más airada vociferación por los derechos humanos, pero siempre miraron para otro lado en casos como Cuba, ISIS, las Torres Gemelas, Sendero Luminoso o la guerrilla colombiana. Ahora nada menos que las Naciones Unidas confirman sin duda alguna que Maduro no parece mejor que Pinochet, pero la bochornosa Cancillería que nos representa elige “no compartir” ese informe. ¿Y si mejor cerramos ese ministerio y alquilamos el edificio?

Cuando ISIS degollaba gente por televisión, nuestros tan numerosos como bien financiados movimientos alegadamente en favor de los derechos humanos reiteraron por años su militante mutismo. Ahora Pérez Esquivel, ese barítono del silencio y tan promocionado premio Nobel de la Paz, ¿también desmentirá a las Naciones Unidas? Ampliaremos.

Lo que en verdad pasa es que “hay una arbitraria presión internacional sobre Venezuela”, declaró oficialmente nuestro representante en la OEA, de apellido Raimundi. Cuesta contener la tentación de la rima.

Andrés Cisneros

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