Catamarca atraviesa una crisis silenciosa que se disfraza de alivio con cada anuncio de bonos extraordinarios. El último, de $120.000 en tres cuotas, fue celebrado por el gobierno como un gesto de sensibilidad social. Pero en los pasillos de los hospitales, en las aulas sin calefacción y en los municipios endeudados, se lo llama por su verdadero nombre: *el bono del hambre*.
📉 Un paliativo frente al colapso salarial
El bono no es una mejora estructural. Es un parche frente a una inflación que devora sueldos públicos, especialmente en los municipios donde los empleados cobran menos que el salario mínimo. Mientras el gobierno provincial distribuye fondos discrecionalmente, muchos intendentes ni siquiera garantizan el pago en tiempo y forma.
🏗️ Cartelización y subfacturación: el otro lado del presupuesto
Lo más grave es que este bono convive con un esquema de obra pública cartelizada y sobrevalorada. Empresas vinculadas a funcionarios reciben contratos millonarios sin competencia real, mientras se subfactura la calidad y el alcance de los trabajos. ¿De dónde salen los fondos para los bonos? De un presupuesto que prioriza cemento sobre dignidad.
🧮 ¿Cuánto cuesta sostener la precariedad?
Si sumamos los bonos, los subsidios encubiertos y los contratos temporales, el Estado provincial gasta millones en sostener una estructura clientelar que no genera valor ni mejora servicios. Es una economía política del asistencialismo, donde el hambre se administra pero no se combate.
🗳️ ¿Y la representación?
La oposición, fragmentada y sin narrativa, apenas reacciona. Los sindicatos, en muchos casos cooptados, negocian migajas. La ciudadanía, harta pero desmovilizada, ve pasar los anuncios como quien ve llover sobre techo ajeno.
“El hambre no se combate con bonos. Se combate con instituciones que funcionen.”
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