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Columnistas

Es Patricia o el caos

A solo siete días de celebrarse la elección más turbia y engañosa en cuarenta años de democracia, me permito aseverar esto que escribo.

La partidocracia, tal como la conocimos con esperanza juvenil en 1983 ha fracasado.

El luchar con el “adversario” por una pared pintada o un cartel tapado eran moneda corriente en esos albores desgarrados por la realidad.

Argentina salía de un oscuro proceso militar que nos había demostrado cómo un Estado podía violar derechos humanos y asemejarse al terrorismo subversivo comenzado a fines de los sesenta y potenciado desde 1974 con Perón Presidente y tras su muerte, el descalabro y las peores atrocidades contra un gobierno constitucional conducirían al 24 de marzo de 1976 por todos recordado.

Creímos que con la democracia se comía, curaba y educaba. También que nuestra moneda era tan valiosa como la del país más avanzado del planeta.

Después, tras el golpe cívico-empresarial contra De la Rúa, muchos pensaron que el ladriprogresismo izquierdoso nos conduciría a una distribución inclusiva y mejor distributiva de la riqueza.

Que cuando el kirchnerismo se apropiaba de los ahorros de los aportantes al sistema de previsión social incluiría a aquellos que no pudieron o no quisieron cumplir con el deber de aportar durante su edad activa. De este modo, moratoria mediante, jubilaron a cinco millones de personas que no merecían acceder al mismo beneficio de quienes aportaron durante toda su vida.

Empobrecieron a la sociedad en su conjunto.

La moneda perdió su recurso de reserva de valor y se desgajó como mero papel pintado con poder cancelatorio de operaciones inmediatas y de menor cuantía.

El crédito hipotecario de los noventa quedó como una página amarillenta de nuestra historia y el Estado -cada vez más oprobioso y omnipresente- conculcó las garantías individuales de los ciudadanos cada vez más pobres y desahuciados.

No hay salud pública, no hay educación pública -salvo la sesgada por la decadente izquierda kirchnerista, no hay capacidad de ahorro, no hay libertad de contratación en operaciones privadas como las locaciones urbanas, no existe seguridad individual y colectiva para poder transitar libremente por la calle de un barrio, no existen fuerzas de seguridad acompañadas por el verdadero poder de policía del Estado (nacional, provincial o municipal) y la ruptura del contrato social vislumbra un quiebre con consecuencias jamás vistas por las generaciones contemporáneas.

Vivimos dentro de una sociedad fallida, rota, sin códigos de convivencia que nos potencie hacia el progreso conjunto bajo un clima de estabilidad emocional necesario para que la aquiescencia social domine nuestra civilidad republicana.

Frente a un pasado y futuro tan oscuro estamos a una semana de elegir la continuidad entre la falsía pérfida del populismo veinteñal o el salto al vacío de la locura mesiánica.

Ante ello la única oposición con cambio verdadero y de raíz la configura Patricia Bullrich con Juntos por el Cambio, su organización política a lo largo y lo ancho del país, sus 500 intendentes (por ahora) y sus 10 gobernadores (como mínimo).

La historia nos ha mostrado pueblos caer en la locura. Italia en la década del 20; Alemania en los 30; España en su guerra fratricida y América Latina teñirse de rojo tras un cáncer esparcido desde Cuba hace 64 años bajo la oscuridad del populismo amalgamado por el chavismo tóxico que lleva 25 años de lacerar la mayoría de las democracias liberales con pocas excepciones como nuestro hermano Uruguay en calidad de abanderado.

Muchos libros pudieran escribirse al respecto, pero la cuestión argentina es acuciante.

No sólo la guerra mata e intoxica generaciones.

El voto comprometido puede generar el camino al cambio de verdad y para siempre o el oscurantismo populista podrá conducirnos a un enfrentamiento civil sin precedentes.

Sólo depende de nosotros.

Humberto Bonanata

opinión Elecciones presidenciales Patricia Bullrich el caos

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