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Columnistas

Javier Milei ingresa en una nueva fase menemista

A veces la historia no es una dinámica de causas y efectos, sino un mero juego de azar.

Prueba de esta segunda opción es que hoy mismo arrasa en la Argentina una serie sobre Guillermo Coppola – “El representante”– donde se reproduce –aunque de un modo sutilmente sarcástico– la “fiesta menemista” y donde no falta incluso a la cita un joven Mariano Cúneo Libarona, mientras en el puro presente un gobierno institucionaliza como “prócer” a Carlos Menem e intenta inducir en el imaginario colectivo un revival de aquellos diez años de estabilidad monetaria.

La operación se parece al rescate setentista que ejecutó en su momento el kirchnerismo para procurarse un relato ideológico. El populismo de derecha, en espejo, usa las mismas mañas que el populismo de izquierda; ambos son una falsificación de lo que evocan, puesto que los tiempos y las circunstancias nunca son las mismas. Ni los kirchneristas fueron el “peronismo revolucionario” –aunque algunos se disfrazaban y celebraban el infame Día del Montonero–, ni los mileístas son el neoliberalismo del Consenso de Washington: en verdad, se ubican a su derecha, y todavía no consiguieron enderezar el barco escorado. Idealizar la experiencia del peronismo de izquierda, escondiendo cuidadosamente sus aberraciones, se parece mucho a exhumar el tiempo de la convertibilidad sin mencionar su contracara de devastación productiva, desempleo, pobreza y corrupción.

Los pasos que dan las “fuerzas del cielo” indican, sin embargo, que un menemismo reinventado e ilusorio –con estrategias en zigzag, purismo ciclotímico y selectivo, y obsesión por generar enemistades– explica mejor la lógica actual de Javier Milei que todos los manifiestos anarcocapitalistas y paleolibertarios. La idea de impulsar a un cuestionado juez federal de Comodoro Py a la Corte Suprema de Justicia y buscar indisimulablemente en el máximo tribunal una mayoría automática, la influencia de Rodolfo Barra en el petit comité, las relaciones carnales con Estados Unidos y la mera evaluación de hipotéticos indultos para algunos acusados de delitos de lesa humanidad traen el perfume inconfundible del menemato.

Desde que Menem pernocta en un salón del primer piso de la Casa Rosada, su fantasma parece deambular por sus pasillos, aunque esto naturalmente pone en cortocircuito algunos aspectos de la gran batalla Impolutos versus Manchados. Postular al polémico Ariel Lijo y buscar para ello un “acuerdo con el peronismo” que incluye al senador cristinista José Mayans justo después de haber actuado como ofendidos e intransigentes con cualquier genuina negociación política en la Cámara de Diputados y haber despotricado moralmente contra “el toma y daca”, los equipara a una maestra que vigila con celo el uso del “lenguaje inclusivo” en las aulas pero protege mientras tanto al portero de la escuela, que es un acosador sexual. ¿Causa y efecto de improvisar, o el simple azar de los impulsivos?

Elijamos creer que quien gobierna lo hace sin estados alterados, aunque se piensa últimamente como una reencarnación del caudillo noventista. Y admitamos que mal no le va a pesar de todos esos pecados de “casta”, estos divagues y aquellas gruesas incoherencias: los últimos sondeos señalan que Milei incrementa levemente, a pesar de recesiones agobiantes, su nivel de aprobación (58%). Verdadera proeza basada en el recuerdo traumático y todavía vívido que la sociedad guarda de la experiencia kirchnerista; también en la merma mensual de la inflación y la continua y homeopática filtración de los delitos y dispendios que se cometían en el Estado, y que Milei ha logrado conectar con los padecimientos diarios del ciudadano de a pie.

El penoso espectáculo de una administración pública prostituida es tan esperpéntico y la derrota del justicialismo resulta tan concluyente que comienzan a escucharse autocríticas en dirigentes que eran hasta hace cinco minutos estatistas dogmáticos. La narrativa suplantó a la política, que es defectuosa y marcha a los tumbos y a los bandazos, y tiene incluso mejor desempeño que una macroeconomía plagada de dudas y nubarrones, y que ha ocasionado innegables secuelas de pauperización social: caída del consumo, estrecheces dramáticas, despidos, desesperación en la base de la pirámide y castigo por licuación para los jubilados. Pero pese a esa realidad sombría han crecido en la población, según también revela Poliarquía, los niveles de confianza y la percepción positiva sobre la marcha del país. Aunque amarga, la luna de miel no ha terminado.

La praxis presidencial obliga a analizar los argumentos que el anarcocapitalista y sus muchachos ponen a circular en las redes, puesto que allí se encuentra el único territorio por el que discurre esta “nueva política”. Una exitosa madriguera de operadores y voceros embozados, publicistas libertarios de última hora y antiguos republicanos con súbita amnesia y ganas de cancelar a disidentes preocupados por el republicanismo, muestran en esa burbuja algunos rasgos inquietantes. Una cuenta de X vinculada estrechamente al poder tuiteó una frase que desnuda el verdadero pensamiento de la mesa chica; aforismo que, por cierto, podrían tranquilamente suscribir Cristina Kirchner y los máximos referentes de La Cámpora: “La democracia argentina es una cáscara vacía de contenido cuya función es evitar los cambios que el país requiere para salir adelante”.

Las modernas reglas democráticas, fundadas por el aborrecible “socialista” Raúl Alfonsín, no solo son caras porque producen gasto público, sino esencialmente porque les molestan con sus trabas y remilgos a los populistas iluminados que vienen a hacer (una vez más) la revolución. “La república es verso”, tuitean otros. Este mismo diagnóstico lo formuló alguna vez un escritor kirchnerista: “La democracia es de derecha”. Ahora la verdadera derecha está a punto de anoticiarnos que la democracia es de izquierda.

Se explica entonces el desprecio diario por la institucionalidad y que terminen asimilándola con los vicios de la “casta”, y también la obsesión por hacerle bullying a quienes se atreven a advertir, por dar un leve ejemplo de esta semana, que un Presidente de la Nación no puede llamar de ningún modo a una rebelión fiscal. Un exintelectual orgánico de Cambiemos, deseoso de quedar bien con los mileístas, carga contra ciertos periodistas por señalar estos barbarismos: “Que se pongan de repente extremadamente exigentes con un gobierno que está enfrentando una catástrofe me parece que deja en claro su complicidad”.

Es una idea psicopática que los fanáticos de Balcarce 50 suelen repetir: quien objeta está cubriendo a un corrupto, forma parte de la rosca, se queja porque le cortaron la pauta, o es directamente un kirchnerista secreto y congénito. Si ese crítico no encaja en ninguna de todas estas descalificaciones, se le imputa haber tenido con el “movimiento nacional y popular” disidencias únicamente “estéticas”. Muchos de los periodistas que fustigan la mala gestión y los malos modales de Milei sufrieron en carne propia las represalias del kirchnerismo en su apogeo, mientras que el León se dedicaba, manso y tranquilo, a asesorar por unos morlacos a Eduardo Eurnekian y a militar con fervor para Daniel Scioli. Estos valientes de última hora son capaces de vapulear incluso a Daniel Sabsay, quien se jugó el pellejo defendiendo la Constitución nacional, pero se atrevió a escribir en los últimos días una dura advertencia: “Hemos entrado en una suerte de bonapartismo”. También tiene el oficialismo simpatizante desvergonzadamente procesistas –o dicho de otra manera: pinochetistas desarmados–, que hacen patrullaje ideológico y organizan ataques masivos, como el que recibió la editorial de libros Marea: fotos de Videla pidiendo que se vuelva a reprimir y amenazas de que los van a “limpiar a todos”, según contó su propia directora, Constanza Brunet.

Algunos jóvenes, víctimas del adoctrinamiento kirchnerista, han llegado a suponer que repudiar a Firmenich necesariamente implica admirar a Massera. A los dos los indultó, dicho sea de paso, el recién llegado al Salón de los Próceres. Trágico péndulo argento, malentendido fatal, que se combina con episodios oscuros y nefastos, como el ataque, abuso e intimidación que denunció una nieta de desaparecidos. Un clima enrarecido, lleno de dogmatismos cruzados, grandes mentiras históricas y agresión, domina el escenario. En esto hay causa y efecto, pero también azar. Nos consuela Cicerón: “Es el azar, no la prudencia, el que rige la vida”.

Jorge Fernández Díaz

Fuente: La Nación
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