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Columnistas

Pasto para los archivos

Ninguno de quienes aspiran a la presidencia de la Nación puede negarse a participar del debate, que es obligatorio y conlleva severas penas y desprestigio si ese fuera el caso.
Pablo Zubiaurre

Por Pablo Zubiaurre

Y puede afirmarse que la obligación de exponer las propuestas, entra en relación, de alguna forma, con el principio republicano de la “publicidad de los actos de gobierno”; aunque formalmente no sean gobierno hoy, pueden serlo próximamente, y exponer y debatir sobre programas es un síntoma de tolerancia política.

De antemano y por esas razones, me parece indispensable alertar sobre cómo un debate con buenas intenciones por parte de los presidenciables, puede tener consecuencias negativas, si no se comprende que la mecánica del procedimiento previsto, lo limita, en tanto sus reglas obligan a expresar conceptos comprimidos y en simultáneo, esperanzadores, incluso en ocasiones abusando del optimismo, sin lo cual es muy difícil competir.

El debate concentró toda la atención política del fin de semana pasado. Los temas elegidos por la ciudadanía fueron sobre economía, educación y derechos humanos de acuerdo a un reglamento pre acordado, pero sobre todo pedido por el electorado. En líneas generales y más allá de las opiniones de cada espacio, el periodismo coincide en analizarlo como un debate en el que “no hubo claros ganadores”, donde algunos de ellos no jugaron a fondo, es decir, no arriesgaron y en el que otros, no aprovecharon la oportunidad. Llamó la atención que se habló poco de la aventura europea de Martín Insaurralde, que en la previa prometía más. Cada uno reafirmó su discurso previo, sin que hubiera claros “ganadores”, como si se tratara de una contienda dirimida de antemano.

Se me ocurre pensar en principio, que es difícil que los hubiera, más allá de la mayor o menor experiencia mediática de cada uno, y de la posibilidad de concentrar en tiempos tan exiguos, un mensaje que superara las expectativas y sobre todo las consignas publicitarias. Es necesario decirlo: los tiempos de exposición son insuficientes para una explicación concreta de los enormes problemas que nos aquejan, y a la vez ideales para evadir cualquier pregunta que incomode. Dos minutos para exponer propuestas es casi lo mismo que nada: si se pudiera partir de un brevísimo análisis indispensable, elaborar un diagnóstico y proponer soluciones de nuestra actualidad económica en dos minutos, quizás el problema no sería tan grave como es. El tiempo obliga a simplificaciones que desnaturalizan todo, y con el tiempo irán contra el que las expuso. De igual forma, cuarenta y cinco segundos son lo suficientemente pocos como para que cualquier expositor evada responder lo que no quiere o no puede.

Los tiempos mediáticos obligan a exponer temas complejos como si fueran sencillos, y tengo la impresión que tal práctica conduce a futuras frustraciones. Todos hablan de eliminar la inflación como si fuera sólo una decisión, y queda en el aire la impresión de que quien acceda al gobierno lo hará automáticamente, cuando está claro para quien entienda un poco del tema, que eso no ocurrirá de esa forma. La pelea contra la inflación llevará tiempos y es casi seguro que los logros serán paulatinos, en el mejor de los casos; pero estimo que más de una persona que vio el debate se quedó con la impresión de que solucionar el déficit fiscal y “terminar” con la inflación –todos usaron el mismo término- será un resultado automático de la asunción del nuevo gobierno.

Los tiempos del debate obligan a ser concretos y prometer lo que la gente espera; una propuesta medida y realista perdería ante lo directo y concreto de enunciados terminantes como los que se usaron el domingo. Sin embargo, nos conduciría a una situación más real. El dicho popular alteraría que algunas de las certidumbres que el domingo a la noche expresaron los candidatos son “pan para hoy, hambre para mañana”, pero la competencia los obliga a eso.

Milei propone una dolarización de la economía; ¿se puede hacer? Sólo tres países casi marginales han resignado tener moneda propia, y en Argentina, no hay dólares para emprenderla. La concreción dependerá de que aquellos que tienen dólares guardados o en el exterior los incorporen a la economía del país voluntaria e inmediatamente. Un chino. Y sin embargo, una expresión que despierte expectativas parece alcanzar para obtener crédito electoral. Es decir, el triunfo en un debate puede y parece estar más relacionado con la forma de comunicar que con el realismo de la propuesta.

Además, evadió responder las consultas básicas sobre la propuesta de la dolarización. Para competir hay que ponerse a la altura, y si no, se pierde. Eso sí, si se gana luego es seguro que no se podrá cumplir. Esto conduce a una nueva frustración y a la conclusión de que los políticos mienten sistemáticamente. Pero si un candidato dice que si gana viene un tiempo de mucho trabajo y logros paulatinos, que va a llevar tiempo y esfuerzo, no tiene chance de ganar ante alguien que sugiere que con dos medidas soluciona todo. Un verdadero círculo vicioso que quizás esté en la raíz de nuestros fracasos.

Nos gusta la magia, y la magia llega muy de vez en cuando. Cuando se pronuncia sobre lo que viene, Melconián es precavido y habla de las dificultades que sin dudas traerá terminar con la inflación. Pero Bullrich no tuvo margen para ninguna sutileza. Con el tiempo, al que gane se le enrostrará que prometió una cosa que sin dudas no va a cumplir, al menos de la forma en la que tuvo que afirmarlo. Es seguro que, con el tiempo, muchas de las declaraciones del debate sean pasto para los archivos de los medios. Sacadas de contexto, pueden tener efectos nocivos. Es bueno tenerlo en cuenta, desde ahora.

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