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Cultura

¡Aquel percance en la cordillera!

Allá por 1967 llegó por primera vez un avión a Antofagasta de la Sierra, en plena puna catamarcana. Pero aquel hito de la integración provincial, estuvo signado por un percance que…

Con este título, el Dr. Roberto del Valle Berrondo publicó un pequeño libro donde relata cuando allá por 1967 llegó por primera vez un avión a Antofagasta de la Sierra, en plena puna catamarcana.

Pero aquel hito de la integración provincial, estuvo signado por un percance que, de no ser por los intrépidos de entonces que no se amilanaron, tal vez hubiera retrasado por muchos años este modo de comunicarnos y transportarnos de y hacia el bello departamento puneño.

Desde ya largo tiempo la provincia de Catamarca construía nuevos caminos que integraban su vasto territorio, desde que a partir del siglo XX llegó el automóvil y ya no bastaban los caminos de herradura o de carretas.

Pero Antofagasta de la Sierra seguía aislada de la Capital y el resto de la provincia, desde que retornó al territorio catamarcano en 1943, por carecer de camino carretero. Se llegaba por Salta, por huellas más propias de las carretas que de los automóviles, pues por Catamarca no había rutas. Se debían recorrer 1400 km aproximadamente para llegar a la Villa de Antofagasta desde la capital catamarqueña, cuando hoy esa distancia está reducida a 597 km.

Recién en 1978, sí, casi a finales del siglo XX, se construyó el camino carretero, la Ruta Provincial nº 43, que une Belén con la Villa de Antofagasta. Pero en 1967 sólo se accedía por Salta, o a lomo de mula.

En ese año el recordado piloto Arnaldo de la Colina realizó el primer vuelo de la historia a ese departamento, con un Cessna 210, aterrizando en una planicie cercana a la Villa de Antofagasta. Previamente había hechos dos vuelos de reconocimiento del terreno.

En ésos vuelos, su infaltable compañero de aventuras, el odontólogo Dr. Omar Barrionuevo, socio también del Aeroclub Catamarca, lo acompañaba en el reconocimiento y desde el aire se arrojaban cajas con víveres y medicamentos.

Barrionuevo era el “lanzador” y a la orden del piloto (cuando éste calculaba que era el lugar exacto de lanzamiento por la velocidad del avión de 300 km/h) dejaba caer la carga.

En uno de esos vuelos Barrionuevo hizo un paquete bien armado donde enviaba un presente a un amigo de la Villa. De la Colina orientó el avión y a 300 km/h le dijo al “lanzador” que ese era el momento con un imperativo “¡Ya!”. El lanzador tardó un segundo o dos y lanzó la carga. Eso fue fatal.

Cuando dos días después aterrizaron por primera vez en Antofagasta, se encontraron los amigos y Omar Barrionuevo le preguntó si había recibido el paquetito.

-Sí, hermano, le contestó. ¡Pero me rompiste el techo de casa!

Enterado de tan importante avance en las comunicaciones de la provincia, don Manuel Morales, maestro de El Peñón –a unos 3500 m snm y a 65 km aproximadamente por tierra a campo traviesa- se pone en contacto con Arnaldo “Tito” de la Colina y le pide si puede también integrar a El Peñón por vía aérea.

Como no había pista de aterrizaje, Morales le propone construir una con el trabajo de los pobladores, por lo que Tito le indica cómo se debía hacer sobre todo por lo blando del terreno debido a las cenizas volcánicas y en poco tiempo Morales le informa que estaba lista.

Planificó el vuelo y otra vez en compañía de su infaltable amigo el Dr. Barrionuevo, destacado arqueólogo también, partieron en el mes de junio de 1967 rumbo primero a Antofagasta y al otro día desde allí se dirigieron a El Peñón.

Destaco que el Dr. Omar Barrionuevo hizo un importantísimo trabajo de arqueología sobre todo en el Dpto. Antofagasta de la Sierra y su nombre lleva el Museo Antropológico Omar Barrionuevo que se formó sobre la base de su colección privada, donada en 1989 por sus descendientes.

Hicieron un par de vuelos de reconocimiento y los pobladores que habían salido a ver el avión corrieron despavoridos cuando éste pasó en un vuelo bajo por sobre la pista a 300 km/h. Poco a poco fueron regresando, pero se mantuvieron lejos de la pista así que De la Colina pudo entonces preparar el aterrizaje.

Cuando finalmente puso el avión en tierra éste carreteaba por la improvisada pista hasta que de pronto se hundió en el terreno que no había sido convenientemente compactado. En el incidente abolló la punta de un ala y torció la hélice.

De la Colina que había viajado sólo a El Peñón debió regresar a Antofagasta a caballo, y a los pocos días estaba en la Capital con la hélice rota para reparar, que había sido extraída por el mecánico y piloto de la Dirección de Aeronáutica, Raúl Bertero.

Con la hélice reparada en Buenos Aires, la operación de rescate del avión se inició el 29 de agosto de ese 1967. En dos camionetas F100 de Vialidad partieron rumbo a Antofagasta, vía Tucumán y Salta, De la Colina y Bertero.

El 31 de agosto partieron hacia El Peñón y tardaron unas cuatro horas para recorrer los aproximadamente 65 kms de distancia entre la Villa y esa localidad. El camino no existía y en el viaje a campo traviesa las camionetas se enterraban en el blando suelo.

Mientras prepararon el avión pidieron a los lugareños que colocaran piedras en la improvisada pista para afirmar el terreno y consideraron diversos factores como la altura y la presión atmosférica que “apuna” el motor y la baja densidad del aire que

con el calor es mayor y disminuye la sustentación. Luego las apisonaron con las camionetas y convinieron que la mejor hora era la madrugada para salir.

Al otro día, Tito y Raúl hicieron todo lo necesario para alistar el avión. Colocaron marcas a las orillas de la pista que tenía unos 3 m de ancho por unos 600 de largo para saber las velocidades y la sustentación antes del final de la misma y asegurarse que el avión levantaría vuelo.

El 1º de Setiembre había llegado el momento, pero el avión se hundía aún a pesar de las piedras. Hicieron un nuevo intento colocando más piedras, pero no había solución. El avión se seguía hundiendo.

Pasó el día y preocupado estaba De la Colina por esta situación, cuando pensó en que los lugareños podrían tener una solución “autóctona”. Y como nadie les preguntaba nada, ellos tampoco opinaban nada. Así fue que, ante el requerimiento de Tito, le sugirieron que moje la pista para que se afirmen las piedras, pero además, al otro día, a la madrugada el agua estaría congelada y serviría también de “dureza” para que la aeronave no se hunda.

¡El problema es que el agua estaba a 5 km de ahí! Así que los solícitos pobladores de Antofagasta y El Peñón que fueron a ayudar cavaron una acequia de esa longitud hasta la pista, la que terminaron en la tarde del 3 de Setiembre. Hicieron una especie de batea que fue almacenando y mojando la pista y cuando estuvo lista, cerraron la acequia para que no se inunde.

El 4 de Setiembre de 1967, a las 8 de la mañana el piso estaba duro por el hielo, Tito aceleró el avión que comenzó a carretear, mientras en el otro extremo de la pista Bertero aguardaba con un matafuego, por las dudas.

El Cessna fue tomando velocidad mientras se acercaba al final de la pista, finalmente Tito accionó los comandos y el avión despegó trabajosamente. Bertero lanzó el pasamontaña al suelo y alzando los brazos daba gritos de alegría, mientras el júbilo, demostrado en gritos, saltos, llantos, aplausos y risas, de todos los que quedaron en tierra eran el broche final para esta difícil aventura que abrió los caminos del aire para integrar a las olvidadas poblaciones antofagasteñas.

Posteriormente, el 4 de octubre de 1970, en un Cessna 207, Arnaldo de la Colina aterrizó en Laguna Blanca, en una pista que el Sr. Indalecio Pachado –hombre legendario de quien se cuentan numerosas anécdotas- hiciera construir en sus propiedades, apisonándola con los cascos de sus caballos.

Los aviones llenaron una sentida necesidad de comunicación y rompieron el secular aislamiento de muchas poblaciones del interior que, con su llegada, no sólo descubrían su existencia, sino que se sirvieron de ellos de muchas maneras.

*Advertencia: algunas fotos son muy antiguas y no ha sido posible lograr una mejor calidad.

*Textos: Rodolfo Lobo Molas

Fuente: Libro Aquel percance en la cordillera del Dr. Roberto Silvestre del Valle Berrondo.

Fotos: del libro Aquel percance en la Cordillera, Revista Catamarca Press, Internet.

Por Rodolfo Lobo Molas

Hito histórico catamarcano Integración provincial Antofagasta de la Sierra Avión Cessna

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