Los árboles encanecen de amarillo. A costa de las copas despobladas se nutren alfombras como auras alrededor de los troncos. Sé que las hojas muertas son parte de un ciclo mayor. Sé que el verdor que perece es promesa del que renace, materia de nuevas primaveras y cabelleras para los árboles. Pero quedan ahora calvos, nutren alfombras por debajo, pinceladas sobre la tela de la tierra, lágrimas secas y crujientes, papiros donde se escriben almas desnudas.

¿Y los cumpleaños, los aniversarios, ese día del mes en el que por primera vez ya no cumplimos ni se cumple más que una prenda de olvido que no llega? ¿Guardan los pájaros la huella de sus vuelos de sus rayos de sus tajos en el aire?

Son teléfonos que suenan cuando estoy bajo la ducha y no suenan en mis manos. Esperan mis manos como cuencos que guardan cacharros que el tiempo desluce y oxida y después se tiran porque ya ni me acuerdo qué ni cuándo. Pero cuánto cobra el olvido en tajos en el cielo, cuánto el viento en borrar huellas, cuánto tiempo necesita el tiempo, cuantos zarpazos bajo la ducha y silencios entre las manos, mientras el tiempo se toma su tiempo. El humano, el tan humano que se hace llamar tiempo y no es más que hombre juntando sus pedazos, armando su rompecabezas de cuánto, cuánto tiempo si se muere cada día, cada hora, entre las manos y bajo las duchas.

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(*) El autor de la columna literaria es psicoanalista y escritor. Ha publicado artículos sobre psicoanálisis en revistas y capítulos en libros en colaboración (Psicoanálisis y Pandemia, de inminente aparición, editorial Pacto de Lectura). Ha escrito numerosos relatos, cuentos (algunos publicados en revistas y en un libro: El vuelo inmóvil, editorial Pacto de Lectura) y poemas que en su mayoría están inéditos. Cursó medicina en la UBA graduándose en 1980, realizó estudios de filosofía antigua y moderna en grupos de lectura y reflexión con docente privado.

rsarmoria@gmail.com