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Mama Antula ya es santa

El Papa Francisco canonizó este domingo, durante una misa en la Basílica de San Pedro, a Mama Antula, convirtiendo así a María Antonia de San José de Paz y Figueroa en la primera santa argentina.

EN VIVO | Vaticano | Santa Misa del Papa Francisco y Canonización de Mama Antula | 11 Febrero 2024

El papa Francisco canonizó este domingo 11 de febrero, en una misa celebrada en la Basílica de San Pedro, a María Antonia de San José de Paz y Figueroa, conocida popularmente como Mama Antula, convirtiéndose así en la primera santa argentina.

De la ceremonia participaron centenares de peregrinos argentinos, familiares de la beata y el presidente de la Nación Javier Milei. La celebración iniciada a las 9:30 horas de Italia y 5:30 de Argentina, tuvo lugar en la Basílica de San Pedro, siendo la primera vez en los once años de pontificado del papa argentino que una canonización se lleva a cabo dentro de la Basílica y no en la plaza de San Pedro.

La ceremonia comenzó con cantos litúrgicos por parte del coro, mientras el retrato oficial de Mama Antula permaneció colgado frente al altar central de la Basílica. La imagen utilizada en la misa de canonización es una representación de la copia del cuadro pintado por José de Salas, quien nació en Madrid en 1735 y murió en Buenos Aires en 1809. La obra fue hecha luego de la muerte de la santa en marzo de 1799, ya que la laica jesuita jamás permitió, en vida, que la retrataran.

Luego, el cardenal italiano Marcello Semeraro, encargado del Dicasterio para las Causas de los Santos, presentó la biografía vaticana oficial de la nueva santa junto a Silvia Correale, quien postuló a Mama Antula.

Después de la lectura de la biografía, Mama Antula fue nombrada por primera vez por el Santo Padre, quien la mencionó en latín como “Beatam Mariam Antoniam a Sancto Ioseph de Paz y Figueroa”. La canonización quedó oficialmente confirmada cuando el Papa, también en latín, la declaró santa y la inscribió en el Catálogo de los Santos, honrándola devotamente entre los santos con estas palabras: “En honor de la Santa e individua Trinidad, para la exaltación de la fe católica y el incremento de la vida cristiana, con la autoridad de nuestro señor Jesucristo, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y Nuestra, después de haber reflexionado largamente, invocado muchas veces la ayuda divina y escuchando el parecer de numerosos hermanos en el episcopado, declaramos y definimos Santa la beata María Antonia de San José de Paz y Figueroa y la inscribimos en el Catálogo de los Santos, estableciendo que en toda la Iglesia sea honrada devotamente entre los santos”.

El oficio notificaba que el rito de canonización sería el 11 de febrero de 2024, “VI Domingo del Tiempo Ordinario y aniversario de la primera aparición de la Santísima Virgen María en Lourdes”.

Que Mama Antula nos cure “las lepras del alma”

En su homilía leída en italiano, el Papa Francisco resaltó que “en un contexto marcado por la miseria material y moral”, la nueva santa “se desgastó en primera persona, en medio de mil dificultades, para que muchos otros pudieran vivir su misma experiencia”.

Así, Mama Antula “involucró a un sinfín de personas y fundó obras que perduran hasta nuestros días. Pacífica de corazón, iba ‘armada’ con una gran cruz de madera, una imagen de la Dolorosa y un pequeño crucifijo al cuello que llevaba prendida una imagen del Niño Jesús”.

También recordó que la santa argentina solía decir que “la paciencia es buena, pero es mejor la perseverancia”, e instó a que su ejemplo y su intercesión “nos ayuden a crecer en la caridad según el corazón de Dios”.

En el día en que la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Enfermo, el Papa Francisco advirtió acerca de las “tres causas de la injusticia”, las que definió como “las lepras del alma”: el miedo, el prejuicio y la falsa religiosidad, que hacen sufrir a los débiles porque son tratados como basura. Hermanos y hermanas, no pensemos que esto sólo sucedió en el pasado. ¡Cuántas personas sufrientes encontramos en las aceras de nuestras ciudades! ¡Y cuántos miedos, prejuicios y conductas incongruentes por parte de quienes creen y se dicen cristianos siguen hiriéndolos! Incluso en nuestra época hay mucha exclusión, hay barreras que hay que derribar, hay 'infecciones de lepra' que hay que curar”.

¿Y cómo se produce esa curación? No manteniendo nuestra distancia. El Papa lo destacó ante sus oyentes en la Basílica de San Pedro, señalando que Jesús tocó primero al enfermo. Aunque tenía claro que estaba violando las ideas de pureza de su época.

La lepra más grave es el pecado

“El Señor podría haber evitado tocar a esta persona; habría bastado con 'curarlo a distancia'. Pero Cristo no es así, su camino es el del amor, que quiere estar cerca de quien sufre, que busca el contacto y toca sus heridas. Nuestro Dios, queridos hermanos y hermanas, no permaneció lejos en el cielo, sino que se hizo humano en Jesús para tocar nuestra pobreza. Y ante la "lepra" más grave, es decir el pecado, no tuvo miedo de morir en la cruz, fuera de las murallas de la ciudad, expulsado como un pecador, como un leproso, para tocar nuestra realidad humana hasta el fondo. último."

Todo aquel que sigue a Jesús hoy está llamado a tocar a otras personas como Él lo hizo. Esto implica principalmente pensar menos en uno mismo y más en los demás. Tampoco debemos “reducir el mundo a los muros de nuestro bienestar”, de lo contrario estaríamos enfermos nosotros mismos: Francisco habló de una “lepra del alma”, con lo que se refería a la insensibilidad hacia los demás.

“Al dejarnos tocar por Jesús, somos sanados por dentro, en nuestro corazón. Cuando le permitimos tocarnos en oración y adoración, cuando le permitimos obrar en nosotros a través de Su Palabra y los sacramentos, Su toque realmente nos cambia. Nos sana del pecado, nos libera de la clausura, nos transforma más allá de lo que podemos hacer sólo con nuestros propios esfuerzos. Nuestros lugares heridos..., las enfermedades del alma, deben ser llevadas a Jesús - y esto se hace en la oración; Por supuesto, no en una oración abstracta que sólo consista en fórmulas para repetir, sino en una oración sincera y viva con la que se pongan miserias, debilidades, errores y temores a los pies de Cristo. Y entonces pensamos y nos preguntamos: ¿Dejo que Jesús toque mi 'lepra' para que pueda curarme?"

El Papa promovió una “caridad oculta de la vida cotidiana” que no busca la aprobación pública sino que se caracteriza por la “cercanía y la discreción”. Así nos ama Dios y así debemos amar nosotros a nuestro prójimo. Ese fue el punto al final del sermón, cuando Francisco habló libremente sobre el nuevo santo de su tierra natal.

“Y hoy pensamos en María Antonia de San José, Mamá Antula. Ella era una vagabunda del espíritu. Viajó miles de kilómetros a pie, a través de desiertos y caminos peligrosos, para traer a Dios. Ella es hoy para nosotros un modelo de celo y de audacia apostólica. Cuando los jesuitas fueron expulsados, el Espíritu encendió en ellos una llama misionera basada en la confianza en la Providencia y la perseverancia. Invocó la intercesión de San José... Oremos hoy a María Antonia, Santa María Antonia de Paz de San José, para que nos ayude tanto. Que el Señor nos bendiga a todos”.

Los milagros que permitieron la canonización

Para llegar a la canonización, la Iglesia Católica comprobó dos milagros realizados por intercesión de María Antonia de San José de Paz y Figueroa. El primero de ellos se produjo en 1904, cuando una de las hermanas Hijas del Divino Salvador, Rosa Vanina, fue curada de una colecistitis aguda con shock séptico -enfermedad potencialmente mortal aún hoy- sin que la ciencia pudiera explicarlo cuando las beatas rezaron por su restablecimiento con reliquias de la santa.

El 2 de julio de 2010 el Dicasterio de las Causas de los Santos, a través de la autorización del papa Benedicto XVI, reconoció “las virtudes cristianas en grado heroico” de María Antonia de Paz y Figueroa, paso necesario para la beatificación. Y el 4 de marzo de 2016, el Papa Francisco hizo lo propio para reconocer el milagro de la sanación de Vanina Rosa por intercesión de Mama Antula y declararla Beata.

El segundo de los milagros se trató de la curación de Claudio Perusini, un santafesino que había sido alumno de Jorge Bergoglio y en 2017 sufrió un accidente cerebrovascular que lo dejó en estado vegetativo. Los estudios señalaron que le produjo un ictus isquémico con infarto hemorrágico, coma profundo y shock séptico con fallo multiorgánico. Una tomografía indicó, además, un infarto extenso del tronco encefálico.

Para los médicos, no había cura posible: o quedaba así por meses, e incluso años, o moría en el corto plazo. Hasta que un amigo suyo, jesuita, llevó una estampita de Mama Antula al hospital Cullen, donde se encontraba, y le rezó pidiendo un milagro. Y se produjo: el cuadro de Perusini se revirtió totalmente.

Santa María Antonia de San José (Antonia de Paz y Figueroa), conocida como Mama Antula, fundadora de la Casa de Ejercicios Espirituales de Buenos Aires; nacida en 1730 en Silipica, en Santiago del Estero, fallecida el 7 de marzo de 1799 en Buenos Aires”.

Hoy, la laica jesuita que recorrió 4.000 kilómetros descalza en el siglo XVIII para llevar las enseñanzas de San Ignacio de Loyola, el fundador de la Compañía de Jesús -aún cuando la orden había sido prohibida por el rey Carlos III de España- se convirtió en la primera mujer argentina santa.+

Canonización de Mama Antula - Homilía del Papa Francisco en la misa de canonización de María Antonia de San José de Paz y Figueroa - Mama Antula (Basílica de San Pedro de febrero de 2024, VI Domingo del tiempo durante el año)

La primera lectura (cf. Lv 13,1-2.45-46) y el Evangelio (cf. Mc 1,40-45) hablan de la lepra: una enfermedad que conlleva la progresiva destrucción física de la persona y a la que, en algunos lugares, lamentablemente, con frecuencia se asocian todavía actitudes de marginación. Lepra y marginación son dos males de los que Jesús quiere liberar al hombre que encuentra en el Evangelio. Veamos su situación.

Aquel leproso se ve obligado a vivir fuera de la ciudad. Frágil a causa de su enfermedad, en vez de ser ayudado por sus compatriotas es abandonado a su suerte, y se le hiere aún más con el alejamiento y el rechazo. ¿Por qué? Ante todo, por miedo, por el miedo a ser contagiados y terminar como él: “¡Que no nos suceda también a nosotros! ¡No nos arriesguemos, permanezcamos alejados!”. Y viene el miedo. Después, por prejuicio: “Si tiene una enfermedad tan horrible —era la opinión común— seguramente es porque Dios lo está castigando por alguna culpa que haya cometido; y entonces, claramente, se lo merece”. Esto es el prejuicio. Y, finalmente, la falsa religiosidad. En aquel tiempo, en efecto, se consideraba que quien tocaba a un muerto se volvía impuro, y los leprosos eran gente a quienes la carne “se les moría encima”. Por tanto, se pensaba que rozarlos significaba volverse impuros como ellos. Esta es una religiosidad distorsionada, que crea barreras y sepulta la piedad.

Miedo, prejuicio y falsa religiosidad, he aquí tres causas de una gran injusticia, tres “lepras del alma” que hacen sufrir a una persona débil descartándola como un desecho. Hermanos, hermanas, no pensemos que son sólo cosas del pasado. ¡Cuántas personas que sufren encontramos en las aceras de nuestras ciudades! ¡Y cuántos miedos, prejuicios e incoherencias, aun entre los que creen y se profesan cristianos, contribuyen a herirlas aún más! También en nuestro tiempo hay tanta marginación, hay barreras que derribar, “lepras” que sanar. Pero, ¿cómo? Veamos lo que hace Jesús. Él realiza dos gestos: toca y sana.

Primer gesto: tocar. Jesús, ante el grito de ayuda de aquel hombre (cf. v. 40), siente compasión, se detiene, extiende la mano y lo toca (cf. v. 41), aun sabiendo que, haciéndolo, se convertirá a su vez en un “rechazado”. Es más, paradójicamente, los papeles se invertirán: el enfermo, cuando sea sanado, podrá ir a presentarse a los sacerdotes y ser readmitido en la comunidad. Jesús, en cambio, no podrá entrar más en ninguna ciudad (cf. v. 45). El Señor habría podido entonces evitar tocar a aquella persona, habría sido suficiente con “curarla a distancia”. Pero Cristo no es así, su camino es el del amor que se acerca al que sufre, que entra en contacto, que toca sus heridas. Nuestro Dios, queridos hermanos y hermanas, no permaneció distante en el cielo, sino que en Jesús se hizo hombre para tocar nuestra pobreza. Y frente a la “lepra” más grave, la del pecado, no dudó en morir en la cruz, fuera de los muros de la ciudad, repudiado como un pecador, para tocar nuestra realidad humana hasta lo más hondo.

Y nosotros, que amamos y seguimos a Jesús, ¿sabemos hacer nuestro su “toque”? No es fácil. Por eso debemos vigilar cuando en el corazón se asoman los instintos contrarios a su “hacerse cercano” y a su “hacerse don”. Por ejemplo, cuando tomamos distancia de los demás para centrarnos en nosotros mismos, cuando reducimos el mundo a los recintos de nuestro “estar bien”, cuando creemos que el problema son siempre y solamente los demás. En estos casos tengamos cuidado, porque el diagnóstico es claro: se trata de “lepra del alma”; una enfermedad que nos hace insensibles al amor, a la compasión, que nos destruye por medio de las “gangrenas” del egoísmo, del prejuicio, de la indiferencia y de la intolerancia. Estemos atentos también porque sucede como en el caso de las primeras manchitas de lepra, las que aparecen en la piel en la fase inicial del mal: si no se actúa de inmediato, la infección crece y se vuelve devastadora. Pero, ¿cuál es el tratamiento?

Para ello, nos ayuda el segundo gesto de Jesús, que sana (cf. v. 42). Su “tocar”, en efecto, no sólo indica cercanía, sino que es el inicio de la sanación. Porque es dejándonos tocar por Jesús que sanamos por dentro, en el corazón. Si nos dejamos tocar por Él en la oración, en la adoración, si le permitimos actuar en nosotros a través de su Palabra y de los sacramentos, el contacto con Él nos cambia realmente, nos sana del pecado, nos libera de las cerrazones, nos transforma más allá de cuanto podamos hacer por nosotros mismos, con nuestros propios esfuerzos. Nuestros miembros heridos y las enfermedades del alma debemos presentárselos a Jesús; esto se hace en la oración. Pero no una oración abstracta, hecha sólo de fórmulas repetitivas, sino una oración sincera y viva, que deposita a los pies de Cristo las miserias, las fragilidades, las falsedades, los miedos. Y yo — podemos preguntarnos—, ¿hago que Jesús toque mis “lepras” para que me sane?

Al “toque” de Jesús, en efecto, renace lo mejor de nosotros mismos. Los tejidos del corazón se regeneran; la sangre de nuestros impulsos creativos vuelve a fluir cargada de amor; las heridas de los errores del pasado se curan y la piel de las relaciones recupera su consistencia sana y natural. Retorna así la belleza que tenemos, la belleza que somos. Sintiéndonos amados por Cristo redescubrimos la alegría de entregarnos a los demás, sin miedos ni prejuicios, libres de formas de religiosidad anestesiantes y despojadas de la carne del hermano. Así se fortalece en nosotros la capacidad de amar, más allá de cualquier cálculo y conveniencia.

Entonces, como dice una bellísima página de la Escritura (cf. Ez 37,1-14), de aquello que parecía un valle de huesos resecos, resurgen cuerpos vivientes y renace un pueblo de salvados, una comunidad de hermanos. Pero sería engañoso pensar que este milagro requiera formas grandiosas y espectaculares para realizarse, porque sucede principalmente en la caridad escondida de cada día; esa caridad que se vive en la familia, en el trabajo, en la parroquia y en la escuela; en la calle, en las oficinas y en los negocios; esa caridad que no busca publicidad y no tiene necesidad de aplausos, porque al amor le basta el amor (cf. S. Agustín, Enarr. in Ps. 118, 8, 3). Lo subraya hoy Jesús, cuando ordena al hombre sanado: «No le digas nada a nadie» (v. 44). Cercanía y discreción. Hermanos y hermanas, Dios nos ama así, y si nos dejamos tocar por Él, también nosotros, con la fuerza de su Espíritu, podremos convertirnos en testigos del amor que salva.

Lo enseñó santa María Antonia de Paz y Figueroa, conocida como “Mama Antula”. “Tocada” por Jesús gracias a los Ejercicios espirituales, en un contexto marcado por la miseria material y moral, se desgastó en primera persona, en medio de mil dificultades, para que muchos otros pudieran vivir su misma experiencia. De esta manera involucró a un sinfín de personas y fundó obras que perduran hasta nuestros días. Pacífica de corazón, iba “armada” con una gran cruz de madera, una imagen de la Dolorosa y un pequeño crucifijo al cuello que llevaba prendida una imagen del Niño Jesús. Lo llamaba “Manuelito”, el “pequeño Dios con nosotros”. “Tocada” y “sanada” por el “pequeño Dios de los pequeños”, al que anunció durante toda su vida, sin cansarse, porque estaba convencida -como le gustaba repetir- de que «la paciencia es buena, pero mejor es la perseverancia». Que su ejemplo y su intercesión nos ayuden a crecer en la caridad según el corazón de Dios.

Francisco

Fuente: AICA
Canonización Mama Antula Papa Francisco Santa Argentina

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