Ardemos entre las jarillas, crepitamos en los troncos, aullamos con la zorra parturienta que no puede rescatar a sus crías. Ay, los designios de este fuego que nos duele. De nada sirve si no hay ojos piadosos.
Pasa otro viento, uno carroñero, cebado, que alza las faldas de las llamas y ahoga lo vivo.
Tierra arrasada.
Lo que queda, las cenizas del olvido, el humo triste de lo que fuimos.
No hay humedad en los inicios de este noviembre, y la semilla que inició el camino ahora se amortigua en la grieta candente.
Sólo la lluvia. Sólo un milagro. Sólo el agua que un colibrí furtivo traerá en su pico.
(Quebrada de Moreira, 26/10/21)
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