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Opinión

El riesgo de no medir riesgos

Columna destacada

Solo alguien fuera de sus cabales o suscriptor a la Yihad islámica puede creer que de la violencia puede salir algo bueno. Creo estar en mis cabales y no suscribir a la Yihad, por lo que cuando me enteré del atentado a la vicepresidente me corrió un escalofrío al proyectar las posibles consecuencias de un hecho de semejante dimensión. Los incendios comienzan por pequeños focos que se vuelven ingobernables. No es exagerado pensar en una violencia descontrolada con venganzas incluida. Gracias a Dios fue un “aparente” (dice CNN) intento de asesinato. En lo personal, no miro casi televisión y me acuesto muy temprano; por lo que a la mañana siguiente me llamó la atención tener varios mensajes en el teléfono, hablando de un tema que no comprendía. Fue abrir el diario y hacerse clarísimo. Varios de esos mensajes hablaban con prevenciones; inmediatamente sucedido el hecho, se creó la desconfianza de su veracidad. Recordé el cuento que nos hicieron a muchos, cuando éramos pequeños, sobre el pastor mentiroso y el lobo. Tantas veces alarmó falsamente, que cuando sucedió realmente su palabra no era creíble; como Casandra, anunciaba verdades que nadie creía.

En La Intrusa, cuento de Borges (El informe de Brodie, 1970) nos trae la historia de dos hermanos, dos orilleros, que vivían en pacífica y autosuficiente soledad. Uno de ellos lleva una mujer que resulta ser causa de discordia entre los hermanos que nunca disentían. Pero ambos se enamoran de “la Juliana” que, entre hombres rudos, era un deshonor. La comparten, luego la venden a un prostíbulo para volver a su antiguo estilo de vida, pero se mienten para visitarla, se hacen trampa. Resuelven llevarla nuevamente para tenerla cerca y “no cansar a los pingos”. Pero no podía ser de los dos; finalmente la mata el mayor de los hermanos para restaurar el equilibrio que se había perdido.

El cuento de Borges tiene una potencia intensa en la descripción de conductas humanas con una característica que lo hace suplementariamente atractivo: la economía de su lenguaje; dice mucho en frases breves; induce, sugiere significados que estando, no aparecen inmediatamente al lector. “Entre ellos, los hermanos no pronunciaban el nombre de Juliana, ni siquiera para llamarla, pero buscaban, y encontraban razones para no estar de acuerdo. Discutían la venta de unos cueros, pero lo que discutían era otra cosa.” Con ese final “...lo que discutían era otra cosa”, nos deja posibilidades de significaciones que desbordan el texto. Los realistas o naturalistas franceses como Zola, o el español Pérez Galdós, hubieran escrito dieciséis páginas para decir las razones de las diferencias entre los hermanos. Me arriesgo a decir que Borges hace un voto de confianza en el lector y le deja a su libre albedrío el juego de sus significados.

Entre el Gobierno de la Ciudad y el Gobierno Nacional discutían, hace una semana, con reuniones expectantes, si quitaban las vallas, si desplazaban a la policía de la ciudad debido a la “represión” ocurrida en la calle Juncal; se determinó retirar la Policía de la Ciudad y entregar la responsabilidad a la Federal. Los refuerzos de personal para el resguardo de la vicepresidente (130 personas conforman el cuerpo que atiende la seguridad de la vicepresidente); la policía de la ciudad ya no tiene esa tarea a cargo en la puerta de su casa. Desconozco el presupuesto de 130 personas que, en diferentes turnos y lugares, atienden a Cristina Fernández; lo que sí sabemos es que cuando se necesitó que dieran cuenta de su entrenamiento para el fin convenido, no estuvieron a la altura.

Establecer responsabilidades en el atentado es ciertamente difícil. La jueza y el fiscal irán, o no, echando luz progresivamente sobre lo sucedido. O se discutirá eternamente las incumbencias como sucede con el fiscal Nisman, que sigue siendo un tema espinoso; los que gobiernan hoy, que eran los que gobernaban en enero de 2015 (con la excepción de Alberto Fernández que cambió de parecer, también en esto) dirán que fue un suicidio; todo el resto un asesinato. Y tantos desaparecidos –no esclarecidos- durante los gobiernos kirchneristas: López (2006), Arruga (2009), Hurimilla (2010), Daniel Solano (2011), Facundo Alegra (2012), Marcela López 2021. Por poner algunos, los más renombrados. Pero Santiago Maldonado, que 50 peritos determinaron que se ahogó, sigue siendo un reclamo recurrente. Maldonado fue enterrado por su familia, los mencionados antes, no.

Luego del atentado comenzaron los despliegues de argumentos, los razonamientos cargados de contenidos de lecturas sesgadas, de imputaciones cruzadas. Toda la carga de la responsabilidad se traslada al otro. Lo más escuchado fue la frase nominal: “predicadores del odio”. En un estado de involución parecería ineludible hacer cargo a otro de lo que no resultó como se esperaba. Hace unos meses asesinaron al ex primer ministro japonés Shinzo Abe; lo que se leyó del hecho fue que una persona enferma atribuyó responsabilidades a Abe sobre un tema personal. Punto. No se desplegaron cargas atribuibles a otros políticos, en tiempos de campaña, además. Argumento muy jugoso para los intereses sectoriales.

Como en el cuento de Borges, aquí, se discute otra cosa. A veces parecería que ni siquiera se discuten argumentos, sino que se arrojan estados emocionales. Se pretenden cobrar facturas de consumos que no se hicieron. Los derechos humanos son patrimonio exclusivo y excluyente del kirchnerismo. Cuando se habla de derechos humanos sin especificar más, siempre están referidos a los años setenta y la dictadura militar. Esos responsables están casi todos muertos; es tiempo de dar vuelta la página. Pero es redituable asociar a Cambiemos, y sobre todo a Macri, a la dictadura. Cuando Videla fue presidente, Macri estaba en el colegio. Basta detenerse en la cantidad de hijos de desaparecidos que tienen puestos de relevancia en este gobierno: el ministro de Pedro, el ministro Cabandié, la titular del INADI, Donda, la titular de Anses, Raverta, el secretario de DDHH, Pietragalla Corti. Hay otros derechos humanos que esperan ser atendidos; desde los cotidianos, como circular por las calles sin ser sorprendidos por cortes reivindicatorios de no se sabe qué, muchas veces, o de reclamos que, aunque pueden ser legítimos, son prepotentes. Los derechos de los chicos a ir al colegio; a trasladarse con márgenes razonables de seguridad en transporte público (qué dirán los deudos de la tragedia de Once).  Y tantas, tantas otras pequeñas o no, cosas que tienen que ver con la vida de la gente normal.

El 22 de agosto los fiscales Luciani y Mola pidieron las penas conocidas por todos a Cristina Fernández; pareciera que en ese momento, o al día siguiente con la exposición de Cristina Fernández, comenzó el despliegue explícito de la pugna por poder. Exponer poder: en la calle, con la solidaridad de presidentes de la región, con la adhesión de sindicalistas, gobernadores, movimientos sociales. No es necesario ser abogado para darse cuenta de que lo esgrimido el martes 23 de agosto desde el Senado de la Nación, no son argumentos del derecho refutando imputaciones desplegadas por los fiscales; es una lucha de poder. Frente a este desafío, esta reacción de poder, de fuerza, de posesión de la calle. Mañana comenzarán los alegatos de las defensas; hasta ahora solo vimos disputa de poder.

Se han cruzado dos temas muy serios: uno es causa indirecta de otro. La exposición pública en Recoleta, frente al domicilio de Cristina Fernández (y de tanta otra gente, hoy pobre gente), la manifestación de poder como desafío a la convivencia civilizada produce el escenario donde sucede el atentado. No había vallas, no había policía de la ciudad, pero de haber prosperado la intención del criminal, hoy estaríamos en una situación de altísima volatilidad social y con mucha inestabilidad política y todo lo que eso arrastra.

Lo que se discute es poder para neutralizar poder. Los ataques a periodistas, a la Justicia, a empresarios, al campo, son desafíos de poder, con intenciones de mostrar capacidad de poder, de convocar al pueblo, de movilización de bases populares.

Es de desear que el desarrollo de la causa no lleve a una espiral ascendente de desafíos sociales que conduzcan a enfrentamientos que nos pueden resultar muy caros. Porque también es violencia crear espacios anímicos que produzcan desbordes fanáticos irrefrenables.

 

(*) El autor de la columna es Licenciado en Teología (UCA) y Licenciado en Letras (UBA)

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