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Opinión

Cada cosa quiere permanecer en su ser

Columna destaca

El filósofo judío-lusitano Spinoza sostenía que entre Dios y la naturaleza había una continuidad de esencia, es decir, predicaba el panteísmo crudo porque la “creación” era continuidad de la divinidad y, por lo tanto: perfecta y eterna; inconmovible, como Dios. Consecuentemente cada cosa tiende a permanecer en su ser. En “Borges y yo” (El Hacedor, 1960), Borges juega con esa idea –la de permanencia en el propio ser (la piedra eternamente quiere ser piedra; el tigre, tigre)- para hablar acerca de su propia dualidad (tema del relato), con la que enhebra la historia que nos cuenta.

Si bien Spinoza se refiere a la esencia de las cosas, Borges en ese cuento lo refiere a sí mismo como persona y escritor; le da otra valencia, más de tipo moral, lo que es válido, ya que la moral es el conjunto de valores con los que una persona está dispuesta a vivir su vida. Y bien podemos entender que quien persevera en una línea de conducta se siente cómodo en ella, o seducido por lo que ella significa y le ofrece. Es caminar la vida con zapatos domesticados. En la cotidianeidad del hombre, se tiende a regularizar sus hábitos porque esa cotidianeidad facilita el devenir diario haciéndola más sencilla. La costumbre es permanencia en lo que somos.

Siguiendo con Borges, ahora en el cuento “El muerto” (El aleph, 1949), narra allí el progresivo crecimiento en la ambición de Benjamín Otálora, desde prófugo debido a una muerte por “una puñalada feliz (que) le ha revelado que es un hombre valiente” hasta el destino marcado e ignorado por él mismo de su desenlace. Efectivamente, Otálora viaja a Montevideo huyendo de aquella puñalada con recomendación del caudillo de la parroquia de Balvanera al encuentro de Azevedo Bandeira, un poderoso marginal cuya organización trabaja en el contrabando y “otros negocios”. Al servicio de este hombre hace pesar su valentía y gesta su ambición, la de desplazar a su líder arrebatándole su caballo, su apero y su mujer, síntesis de lo que él aspira a ser. “Azevedo Bandeira es diestro en el arte de intimidación progresiva, en la satánica maniobra de humillar al interlocutor gradualmente, combinando veras y burlas”. Lo que Otálora descubre a la hora de morir por un disparo que le hace Suárez, a quien había confesado su plan por creerlo capaz de traicionar a su jefe, es que su aparente progreso en el desarrollo de su ambición, solo fue posible porque desde hacía mucho ya era un muerto.

 

En el 2019, a la hora de votar, Cristina Elizabeth Fernández hacía correr la imagen, construía un perfil, de persona renovada, serena, evolucionada, como consecuencia de la reflexión hecha en los años que llevaba desde que había dejado la presidencia. En su madurez humana y política era capaz de postergar sus intereses personales en beneficio de los de la patria. Movida por la abnegación en el servicio a la nación, ante la sociedad que debía definir su destino, inmola sus proyectos personales y se desplaza al segundo lugar, enalteciendo a un pertinaz crítico de sus decisiones políticas de los años del ejercicio de la presidencia del país. Nos soplaban al oído: “Cristina está distinta”. Lo que Esopo nos ejemplifica en la fábula del escorpión y la rana, Spinoza, de manera más abstracta, y Borges nos recuerda, es que los cambios son inverosímiles. Cada cosa tiende a permanecer en su ser. Y Cristina Fernández no fue la excepción, continuó idéntica a sí misma. Tampoco cambió Alberto Fernández, había sido segundo de Néstor Kirchner y luego segundo de Cristina; y permaneció en su ser. Hoy es segundo, o tercero, claramente no es primero. Nació muerto; aunque la ambición y algunas circunstancias menores pudieron hacerle creer que podía ser el jefe. La evolución de Otálora y Fernández tropezaron con Azevedo Bandeira y Cristina Fernández que demostraron destreza en la intimidación y capacidad de humillar, combinando veras y burlas. Fernández está muerto en su capacidad de decisión, en sus posibilidades de maniobras, en su dignidad. Cristina Fernández lo ha humillado cada vez que le convino. Dijo en julio que ella podía mostrar su teléfono y no todos podía hacerlo, en alusión a Alberto Fernández y dejando flotar pícaras suspicacias.

Al presentar a su “elegido”, las voces auspiciosas del promisorio futuro, corrieron en bandada a desacreditar a quienes asociaban a Fernández con Cámpora. Y argumentaban la fuerte personalidad de Fernández para no dejarse atropellar y saber plantarse en sus propias decisiones. La risa es una descarga emocional que muchas veces sucede en situaciones que no son graciosas (Henri Bergson tiene un ensayo que se llama justamente “La risa”, en el que analiza teórica y agudamente su significado en la conducta humana); la risa aparece también en momentos dramáticos. Y la risa se comporta en ocasiones como modo de describir lo que no se sabe hacer de manera formal. Cuando se anunció el embarazo de la esposa del presidente, corrían animaciones por tik tok y chistes en los que Alberto Fernández le preguntaba a Cristina Fernández si le parecía bien que le pusiera tal nombre al hijo por venir. El motivo es risible, el fondo no.

¿Cuál es el verdadero Fernández? ¿El que le dice al fiscal Luciani que no tiene comprensión de textos o a Cristina Pérez que no entiende de derecho y que lea la constitución? ¿O el que sumisamente, y en público, muestra su complacencia servil a la vicepresidente, aunque ésta lo descalifique? El instinto de supervivencia, o la natural permanencia en su ser, le permiten oler a dónde está el peligro y actuar en consecuencia. Es que hay una puja entre permanecer en su ser y estar muerto. Mientras se permanece en el ser se tiene conciencia de no estar muerto, aunque se puede tener clara conciencia de las amenazas que acechan. En el campo moral ¿cuál es el precio que se está dispuesto a pagar para permanecer en su ser? ¿Cuál es el precio que se está dispuesto a pagar, aunque las humillaciones sean frecuentes con tal de permanecer en el ser? (aquí ser es sinónimo de puesto, rol o función).

Entrando en el último año del período pareciera que los tres que toman decisiones que nos afectan, luchan por llegar al otro lado del río, aunque con manotazos de ahogados que no reparan en las consecuencias de a quién hunden en esos manotazos. En la puja entre la permanencia y la muerte, cada uno lucha por sobrevivir a las muy diferentes amenazas que los acosan a diario. Alberto Fernández ha llegado a desdibujar tanto su rol que no se lo considera ya con ningún poder sobre las responsabilidades de gobierno. Su tarea pareciera reducirse a asistir a la inauguración de una rotonda, un cordón cuneta o un jardín de infantes; a Cristina Fernández su permanencia pareciera tener como motivación la conservación del poder que amortigüe sus implicancias judiciales; y Massa el dificilísimo desafío de poner algo de cordura en la economía que viene herida de muerte desde 2009 por desequilibrios que propició la misma que hoy toma las decisiones combinando veras y burlas.

 

 

(*) El autor de la columna es Licenciado en Teología (UCA) y Licenciado en Letras (UBA)

 

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