Saltar menú de navegación Teclas de acceso rápido
{{dayName}} {{day}} de {{monthName}} de {{year}} - {{hour}}:{{minute}} hs.
Dólar (BNA): $857,00 / $897,00
Dólar Blue: $1.020,00 / $1.040,00
Dólar CCL: $ / $
Dólar MEP: $1.064,85 / $1.065,38
Peso Chileno: $92,80 / $92,97
Opinión

El juicio de la historia

Columna destacada
El mundo entero recibió la muerte de la reina de Gran Bretaña como lo que es: una noticia imperante. No lo digo a título personal porque no me significó gran cosa; una persona de 96 años puede morirse por causas menores y en cualquier momento. Lo digo porque su muerte tiene una carga simbólica diferente por ser una figura conocida en el mundo entero, y porque su reinado parecía interminable. Yo no había nacido, ni estaba por nacer, y ya era la reina. Lo que me interesa rescatar de este hecho transnacional son algunas consideraciones de otra naturaleza.

Voy a ponderar cuatro categorías (no de orden social, sino clasificatorias) de vivir la condición humana. Podrían ser más o ser menos; son clasificaciones arbitrarias.

Lo que me hizo pensar en este tema, y de esta manera, fue leer que en alguno de los castillos que poseía, habían vivido cuarenta reyes antes que ella. Ya vuelvo sobre el tema.

Otra categoría es la del hombre corriente, el que nace en una familia común y vive su vida de manera normal, sin alcanzar conocimiento masivo de su existencia.

Una tercera es la del que nace en un hogar sin el registro de los valores que requiere un ser humano para afirmarse en afectos, responsabilidades, fidelidades.

Y una cuarta es la de aquellas personas que alcanzan un conocimiento generalizado y crean condiciones para ser protagonistas de la historia de un país, y en la posteriormente narrada, pero que nacieron como personas corrientes.

Al leer que la reina poseía un castillo que previamente había sido residencia de una multitud de monarcas antes que de ella, no pude dejar de pensar cómo me sentiría yo viviendo en un lugar poblado por un legado multitudinario que lo sintieron tan propio como la última huésped y como lo sentirán los sucesores. La mejor imagen que encuentro para comparar es la de una cadena interminable en la que, aunque reina, no es más que un eslabón. Al ver al ahora rey pienso que desde que tiene conciencia de su existencia conoce su destino, su futuro, su rol en la historia. Conoce sus antecesores, conoce su derrotero y también su olvido; o, más precisamente: su confusión en la historia. Es la perspectiva de la existencia no lineal sino circular. Como nos cuenta Borges en “Las ruinas circulares”: un hombre quiere crear otro hombre y lo crea soñando y lo educa como si fuera un hijo; el muchacho crece y lo envía a un templo que es devorado por un incendio, aunque a él no lo afecta porque es un sueño, es producción onírica. Luego otro incendio consume el bosque y el templo en el que habita el creador-soñador, el padre, hasta que se da cuenta de que tampoco él se quema porque es resultado de otro que lo ha soñado. Es una cadena de entidades que se repiten con una existencia lábil, multiplicando una fantasía que tuvieron otros, pero que se sienten tan reales como si el fuego pudiera acabar con ellos. La reina, o el rey, caminarán por los pasillos del castillo soñando que es de su propiedad, aunque lo heredó y con el tiempo, lo legarán, como lo heredaron y lo legaron otros antes. La mejor figura es la circularidad del tiempo en tanto hoy viven como reyes, al igual que los ancestros lo hicieron antes y los sucesores lo harán después.

Otra categoría es la del hombre común, la del que nace y muere en el anonimato generalizado, como la mayoría de los seres humanos, como la mayoría de nosotros. Esa persona se autoconstruye, se crea constantemente, atiende los desafíos que le presenta la vida y va generando las condiciones en las que la desarrolla. Esta vida responde más a una visión lineal: se comienza cuando se nace, se desarrolla con más o menos acierto y va transitando las etapas del hombre corriente: se educa, se casa, engendra hijos, se desarrolla profesionalmente, hace planes. No siente ser parte de ninguna cadena ni narrador de una página de la historia; es una persona que despliega sus posibilidades cumpliendo las metas que los tiempos, las edades y las posibilidades le ofrecen. Pero es lineal porque es resultado de sí mismo; no es portador de un legado que trasciende los afectos cercanos que cultivó. Con su nacimiento se inicia la historia y con su muerte se clausura.

La tercera es la de quien no vive con un legado ni proyecta su futuro; su existencia se resuelve en el absoluto del ahora. Es, además, un rasgo presente en la etapa de la adolescencia. El ahora es un absoluto autosuficiente. El personaje de la literatura que mejor representa esta etapa es Holden Caulfield de “El guardián en el centeno”, de Salinger; es el chico que cae en la abulia y desinterés por todo; es el apático indiferente. En tanto etapa adolescente es factible lidiar con eso; el problema es cuando esa actitud se convierte en una constante que lo expone a jugar su vida a un pleno sin solución de continuidad. Es el que desprecia su vida porque la experiencia que tiene de ella no la justifica. Puede matar o morir; todo está en juego porque ese todo es nada.

El cuarto y último es el de quien nace como hombre corriente y su capacidad, su astucia, algún padrinazgo, lo colocan en una posición sobresaliente entre sus pares. Pueden ser deportistas, líderes religiosos, artistas, intelectuales, políticos y otros. De todos estos el político es el que se presenta como quien está preparado y tiene capacidad para resolver los problemas que afectan el tejido social de un municipio, de una provincia o del país. Son esas personas que generan obligaciones frente a los ciudadanos que le delegan la potestad de administrar lo público porque lo juzgaron capaz y lo eligieron. Esa condición lo expone en el presente como responsable de construir la historia. Nació común, morirá distinto. Y porque su responsabilidad es de servicio, y de alta exposición por las consecuencias de sus decisiones, construye la historia, y la historia se ocupará de él.

La historia tiende a sintetizar y resolver en cuatro palabras las características de una acción o de una persona. Encerramos en pocas líneas toda una vida –o un gobierno- porque los rasgos identitarios son sintéticos.  A Alvear lo asociamos al éxito de gestión; a Frondizi al petróleo, a Illia a la honestidad o la lentitud, a Alfonsín al juicio a las Juntas y la hiperinflación; y así sucesivamente. Cristina Elizabet Fernández es, desde hace muchos años, la política más importante del país; no solo porque gobernó ocho años, sino porque desde la presidencia del marido hasta la actualidad es una figura definitoria en la suerte que corre el país (y los 48 millones que vivimos en él). ¿Cómo la describirá la historia? No arriesgo definitivamente a caracterizar a una persona porque incurriría en el mismo atrevimiento de Cristina Fernández: “a mí me jugó la historia”. Lo que no nos dio fue el resultado de ese juicio. Si los resultados del juicio que se está desarrollando –y los que faltan- la encuentran responsable de delitos, la historia la juzgará como corrupta. Lo que sí podemos decir, porque la narrativa histórica se construye desde los hechos, es que estas dos décadas del siglo han significado un retroceso general en las variables medibles de la sociedad que ella mayoritariamente gobernó. Desde hace años vivimos en emergencia expresada en falta de recursos, falta de créditos para construir, falta de apoyo a las pequeñas industrias para crecer, en trabas para viajar, en inflación, inseguridad, deficiencia escolar, incremento en el tráfico de drogas y tantas otras lacras que acompañan nuestras vidas a diario.

Cristina Fernández ha ido construyendo un personaje a lo largo de estos años que sugiere cómo quiere que la relate la historia. Ese personaje es el de mujer fuerte, segura, atrevida, constructora de poder, brillante oradora, culta, identificada con los derechos humanos, defensora de los humildes (como Eva Duarte; la imita en las inflexiones de la voz). Pero todo depende del fallo judicial. No creo que le angustie tanto las consecuencias inmediatas del fallo, como la inercia que la defina en la historia.

 

 

(*) El autor de la columna es Licenciado en Teología (UCA) y Licenciado en Letras (UBA)

Argentina Cristina Elizabeth Fernández el juiciuo de la historia La Reina Isabel II opinión politica

Comentarios

Te puede interesar

Teclas de acceso