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Opinión

La carencia de liderazgo en nuestros gobernantes

Columna destacada

Nadie duda que Pericles, Alejandro Magno, Trajano, Napoleón y Churchill o De Gaulle, fueron líderes que la historia de sus países, o lugares de origen, y el mundo entero, recordarán siempre. Algunos con final exitoso y otros menos exitoso, pero notables y, además, figuras señeras para las generaciones subsiguientes. Nosotros, en nuestra historia, tuvimos varios.

Cualquiera reconoce cuando estamos frente a un líder, aunque no sepamos enumerar sus condiciones detalladamente; pero frente a un hombre con condiciones de tal, nos deja sin dudas acerca de que lo es. El líder, por lo pronto, goza de independencia; es quien detenta su autoridad sin delegación, la posee por sí mismo. Los que mencioné antes son todos hombres de estado, pero los hay en cualquier acontecer de la vida. Claro que el hombre de estado es alguien cuya naturaleza está ligada al ejercicio de la autoridad con efectos colectivos y abarcadores de toda la comunidad a la que gobiernan. Un caso diferente es quien lidera en el deporte o en la ciencia o el arte.

El líder, como tiene un componente de seguridad en sí mismo ostensible, no tiene necesidad de apelar a su autoridad como recurso dirimente. Su palabra resuena firme naturalmente. De otro modo dicho, no debe sobreactuar qué es. No hay dudas de que un líder puede cometer errores con consecuencia graves. Napoleón, nos cuenta Victor Hugo en “Los Miserables”, poco importa su correspondencia con la realidad, tan impactante y determinante es su lectura que no podemos imaginar que haya sido de otro modo, que la derrota en Waterloo fue error de cálculo suyo (de Napoleón) y de una inoportuna lluvia. Pero la posteridad francesa, y quien visite su tumba en Los Inválidos, deberá hacer la reverencia de forma que las condiciones arquitectónicas de su lugar de descanso han tomado la precaución de prever. Napoleón es recordado como un líder y patriota francés, aunque controversial en el resto de Europa. Su autoridad no dejaba indiferentes. Su muerte fue secreta y lejana en una isla en el Atlántico. Fue un gran líder.

Hay muchos hombres –mujeres menos- a lo largo de la historia, que recordaremos por sus condiciones de liderazgo. Nos debe resultar inolvidable el historiador y militar Jenofonte, discípulo de Sócrates, que participó en la Expedición de los Diez Mil o Anábasis, relato que nos cuenta la aventura de Ciro, el joven, en campaña a Persia para arrebatarle el trono a Astajerjes II, su hermano; ante la derrota del ejército de Ciro y su muerte inmediatamente al comienzo de la refriega, es elegido Jenofonte para ser estratega, y liderar la tropa en el regreso a Grecia. La narración es hecha por el mismo Jenofonte y nos acerca los innumerables desafíos que tuvo que resolver en el camino de retorno: luchas con lideres locales, alimentación de la tropa, levantamientos de los hombres y los contratiempos producidos por el desánimo del lento volver. Pero estuvo a la altura de las exigencias.

Si consideramos el momento actual del mundo, quién nos impresiona como un líder cuya presencia trae calma y previsibilidad. Desde la salida de Merkel, sobrevuela una sensación de vacío desesperanzador. El conflicto interminable en Ucrania pone más en carne viva la desolación del mundo. Países con condiciones de liderar no tienen gobernantes que puedan ofrecer condiciones que animen a la humanidad. Pareciera que impera un gran desorden a escala mundial. Pero vamos a nuestra domesticidad.

El viernes escuchaba el discurso de la vicepresidente del gobierno y crítica fáctica, como miembro de la oposición. El cuadro que tomaba la cámara me producía un efecto naftalinizado por lo patético y viejo de lo que mostraba. Cristina Fernández haciendo uso de su palabra gastada con auditorio controlado. Allí estaban Boudou, Parrilli, De Pedro, Mayra Mendoza, Larroque, Kicilloff, sindicalistas varios entre los que se destacaba, por su volumen, el representante de SUTEBA, Roberto Baradel. ¿Alguien que no tiene intereses precisos puede guardar alguna esperanza para que de ese grupo pueda salir algo positivo que renueve la política y dé luz, alumbre un futuro promisorio? Escuchaba a la inoxidable líder que ejerce el oficialismo y la oposición, como queda dicho, hablar sin decir nada. Hasta que con la liviandad de quien tiene cara de piedra largó el enunciado paroxísmico de la desvergüenza: “De mí podrá decirse cualquier cosa, pero no que soy mentirosa”. Esa mujer es la responsable de estar donde estamos.

Su personero de visita por Brasil con una multitud y dando clases en la facultad de Derecho. Eso es lo que nos ofreció esta semana. Dicho como al paso, el libro de Silvia Mercado (que no leí y no leeré; prefiero leer a Suetonio), lo comentó en un noticiero y nos hace saber que Alberto Fernández cobró una importante suma para estar donde está, con condiciones precisas. Poco puede cambiar la imagen desteñida que tenemos de él. Solo agrega un poquito. Su posición está definitivamente vaciada de contenido. El momento es difícil, muy difícil y tal vez por eso fue a mirarse –con una comitiva de veinte personas- en espejo con Lula.  Daba la sensación de que se promocionaba junto a Lula, como buscando madre, a la prosecución de amparo protector. La expresión de felicidad que regalaba parecía transmitir la llegada al oasis de la contención. El manoseo con Lula era realmente incómodo. Nunca podré saber qué pensaría Lula, pero bien podría conjeturarse que se le cruzaba pensar: “qué le pasa a este señor”. Todo fue desmesura.

La oposición es lamentable. No por el exabrupto de Bullrich a Felipe Miguel, pelea de conventillo. Lo importante es que muy probablemente en un año estén haciéndose cargo de este desbarajuste que se gesta y prolonga día a día. A los que esperamos un cambio de gobierno que traiga algo de sensatez a la cotidianeidad argentina, no nos alienta que no envíen un mensaje de respuesta claro y definido sobre las urgencias que tenemos como pueblo. Me gustaría ver, creo que a muchos nos gustaría ver, un trabajo de consenso en el que se comuniquen las propuestas a trabajar a partir de diciembre de 2023, con las diferencias propias de los que disputan el mismo puesto, pero que comparten una visión común, de conjunto al menos.

Eso habla también de falta de liderazgo en la oferta local. Claro que el líder puede tener características desventajosas; un gran líder deja crecer, no ahoga a potenciales reemplazantes. Ciertamente Cristina Fernández no tiene esa condición; no permite que crezcan a su lado. El momento actual es más que manifiesto como prueba. Elige por Twit y condiciona el ejercicio real del gobierno. Nunca dejó crecer a su lado, al margen de los límites de Alberto Fernández. El sesgo romántico de su concepción del poder la llevan a generar adhesiones adictivas, más propias de una secta religiosa que de un vínculo político sano. Los que asisten a escucharla, como el viernes en Pilar, consienten, afirman, adhieren, aplauden, festejan sus gracias, guardan silencio ante su palabra, gozan de su presencia como si se tratara de una figura religiosa a quien adoran. Eso no es ejercer liderazgo porque por miedo, por respeto reverencial o encantamiento enajenante, nunca se contradirá, no se atreverán a confrontar con otra posición. Es el temor a quedar afuera de la secta, a ser descalificado por la sacerdotisa que salva o condena caprichosamente y a perpetuidad. Y nadie quiere vivir afuera de su grupo de pertenencia.

En otra página y en otra ocasión les comentaré cómo se puede explicar el liderazgo desde la perspectiva romántica y desde la perspectiva racionalista. Hoy no; no queda más espacio.

 

 

(*) El autor de la columna es Licenciado en Teología (UCA) y Licenciado de Letras (UBA) 

 

 

 

 

 

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