Hace un par de semanas tuve una conversación muy cálida y a la vez nostálgica con alguien que aprecio mucho, el foco era la música y los ídolos. Empezamos a recordar etapas de nuestra adolescencia donde la mayor parte del día escuchábamos nuestras bandas favoritas, investigábamos lo más que podíamos de sus vidas privadas, ya que no existían las historias de Instagram, y en esa euforia de escuchar canciones y artistas nuevos automáticamente nos escribíamos “escucha este tema ya”. 

El fenómeno fan está cargado de sensaciones desmedidas de placer que muchas veces son incontrolables y no admiten lugar a tomar el rol de juzgadores, porque es una manifestación pasional, no racional.

Una de las teorías que nos surgió en esa charla fue el cómo la búsqueda de ese ídolo nos hacía olvidar del mundo por un rato, porque al ídolo uno lo idealiza y se le mira, no necesariamente por sí es buena persona sino porque tiene cosas que nos gustan y nos hace olvidar de los problemas por un rato, porque dibujan un imaginario colectivo que nos encandila.

Todos en la adolescencia tenemos problemas con nuestros padres y en esa búsqueda que tienen por educarnos de la mejor forma posible buscando la mejor versión nuestra, hay un instante donde no ponemos los valores en la balanza y buscamos a otra figura que quizás como persona deja mucho que desear pero es quien de alguna forma nos hace vibrar, sentir y sobre todos hacernos felices por un rato.

Cuando somos chicos nuestra figura, y a quien muchas veces idolatramos, son nuestros padres, pero más bien como fuente de aprendizaje porque son quienes nos indican qué camino seguir, nos enseñan que está bien y que está mal, pero cuando vamos creciendo el concepto de ídolo va madurando y empezamos a admirar también a alguien que nosotros elegimos su nombre y la razón. Digo también porque uno es como es gracias a nuestros padres y nuestro entorno familiar, a como fuimos criados y su contexto.

Si bien las personas imitan conductas y actitudes de ciertos referentes, la condición humana nos hace libres y nuestro contexto determina la gran parte de nuestras decisiones, porque por mas que alguien que admire, por poner un ejemplo vaya y le pegue a un animal mi ética no me hace capaz de hacer lo mismo. Un ídolo es un referente, lo admiramos pero por lo que representa, no te equivoques, no nos educa, produce gratificaciones. Si vas a buscar valores búscalos en tu casa.

En ese momento entendimos el porque nos apoyamos tanto en ellos. Para nosotras era un músico y para otros es un futbolista, una moda, deportistas, actores, figuras literarias, una banda musical, incluso un político, etc. 

Personalmente nunca entendí el fenómeno Maradona porque no lo viví, para mí él era lo que veía en los noticieros, siempre consciente de que era, es y será un icono popular. Luego de entender que para muchos fue una luz entre tanta oscuridad, que hizo abrazar, gritar, sentir, reír, llorar y enojar a muchos, pude verme a mi con 12 años sentada toda la tarde viendo videos de mis artistas favoritos envueltos en escándalos, que poco me importaban, por su simple humanidad imperfecta y ahí comprendí lo increíble que puede tener una persona que puede igualarnos ante él dejando de lado los prejuicios y las diferencias.

Al final la vida se trata de eso, de buscar la felicidad, no en las cosas materiales, sino en esas sensaciones tan humanas y simples como admirar a otro humano imperfectamente prodigioso, por lo que nos hace sentir.