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Opinión

Columna destacada: En busca de un destino

Cuando a John Steinbeck (La Perla, Uvas de Ira) le otorgaron el Premio Nobel de Literatura en 1962, le preguntaron si creía ser merecedor de la distinción; él respondió que no era su tarea juzgarlo, que creía que no, pero quienes lo otorgaron pensaron distinto. No siempre obtener algo es sinónimo de merecerlo, de habérselo ganado. Personalmente estoy de acuerdo con la distinción que recibió Steinbeck; creo que se lo ganó; de hecho, sigue siendo leído. La lista de los que lo obtuvieron y no se lo ganaron es larguísima. No siempre recibir algo es merecerlo; y todos sabemos que merecer no está seguido de la obtención. ¿Merece menos un cartonero que sale a hacer la diaria que el hijo de un empresario que heredó la empresa? No. No necesariamente. Hay roles y se construye desde la posición en que cada uno está. A Fernández le concedieron el honor de ser presidente de nuestro país, ¿lo merece? Muchos estuvimos expectantes; tal vez con resignación pensamos que tenía una personalidad más independiente de la que desplegó. Luego de más de medio turno de mandato resulta estridente la decepción. Lo leía en la gira que acaba de finalizar y no puedo pensar otra cosa que hasta yo mismo lo hubiera hecho mejor. Me daba vergüenza al leer las ideas desplegadas, ver los gestos, las sonrisas complacientes. Cuando era chico, y no tanto, a ese tipo de comportamientos se los llamaba mamarracho. Da la sensación de un hombre sin estructura que puede acomodarse como Leonard Zelig, el personaje de W. Allen.

Permítaseme una larga digresión fundada en una obra con la que paso un momento estupendo al leerla: La Eneida, de Virgilio.

A los hombres nos importa saber de dónde venimos, quiénes fueron nuestros ancestros, pero nos detenemos ahí nomás. Quizá remontemos a nuestros bisabuelos, pero no más allá. Algunas veces hice el ejercicio de preguntarle a la gente el nombre de sus ocho bisabuelos; rara vez los identificaban a todos y están a muy pocos metros de nosotros; son los padres de nuestros abuelos. Pero cuando se descubre el interés por lo que los griegos llamaban la Arjé -fundamento; de esa palabra deriva arquetipo, arquitecto- nunca somos indiferentes. A la humanidad, a los estudiosos, al menos, le motiva conocer el origen de la cultura. Es por eso que la cultura griega nunca pierde interés, porque está en la base de cómo somos, de nuestras costumbres y hasta de nuestra estructura de pensamiento. Y los pueblos necesitan tener un origen, y no cualquier origen, uno glorioso. Si recorremos Europa, lo tienen los alemanes con los Nibelungos, los británicos con Los Caballeros de la Mesa Redonda, La Canción de Roland, los franceses y El Cid Campeador, los españoles. Virgilio escribió La Eneida para darle épica al origen del pueblo romano. Y en esa obra hay algunos pasajes que son claves, que son estructurales. Uno de ellos es el enamoramiento entre Eneas y Dido, la reina de Cartago. Esta viuda cae en las redes del amor a instancias de la crueldad de Juno (Hera, en la versión griega, esposa de Zeus) que odiaba al pueblo troyano y su descendencia. Eneas de ahí viene, de Troya. Juno convence a Venus (Afrodita) madre de Eneas y del eterno y travieso niño Cupido, quien le clava su flecha envenenada a Dido, condenándola al amor por Eneas, viudo de Creúsa y padre de Ascanio, de donde procede el pueblo romano. Juno quiere impedir que Eneas llegue a Italia y funde un pueblo sucesor del troyano; quiere que se instale en Cartago atrapado en el amor a la reina. Será Júpiter (Zeus) quien le recordará a Eneas cuál es su misión. Con engaño, pero con enorme dolor, Eneas parte de Cartago en cumplimiento de su misión. Dido toma la trágica decisión de quitarse la vida, desoyendo las súplicas de su hermana Ana. Es curioso que Dante la ponga en el quinto canto del infierno, adonde están las esclavas del amor y no en el canto donde habitan los suicidas.

De Fernández hemos visto a lo largo de este tiempo que se le otorgó lo que a ojos vista no merece. No merece, no porque piense distinto a la mayoría; no merece porque sus decisiones implican consecuencias en la vida de millones de personas. No merece porque desorienta a la gente común y a los que generan trabajo, riqueza, que produce calidad de vida para la gente. Da la sensación de que su responsabilidad está acotada a su vida privada. Como si estuviera decidiendo por su destino, exclusivamente. Tiene una misión, tiene un mandato, es al pueblo a quien se debe. Volviendo a la figura de Eneas, lo que no les narré es que él también se enamoró de Dido, pero tenía una misión, debía cumplir con una vocación, un servicio para el que lo había instado Júpiter (Zeus). ¿Quién o qué es Dido para Fernández? ¿Está enamorado de su rol? ¿Está paralizado por su jefa, por la gente de ella? No tiene derecho a tener miedo. Somos muchos los que esperamos que gobierne. Han pasado más de dos años y seguimos sin saber de qué se trata. Cuando no se tiene claro el destino, la misión, al contrario de Eneas, será tentador quedarse en las distracciones que se presentan, atractivas algunas, como el amor de Dido. Alguien avezado –entrenamiento, al menos, debería tener- en las lides políticas (fue Superintendente de Seguros de la Nación, diputado, Jefe de Gabinete, asesor político, jefe de campaña y presidente) no puede cometer errores de principiantes. Generar problemas que no existían, derrochar esfuerzos en solucionar problemas innecesarios. Seis horas estuvo reunido el Embajador argentino en Estados Unidos en la Casa Rosada entre jueves y viernes; seis horas -como si no hubiera problemas urgentes y gravísimos que atender-, como consecuencia de su inexplicable discurso en Rusia.

Cuando se pasa la mitad de algo, un recorrido, un mandato a tiempo fijo, se comienza a llegar, se comienza a pensar el fin. Se comienza a desear concluir el recorrido. Un principio del comportamiento humano dice que el deseo de un bien crece con la proximidad de su posesión. Cuanto más cerca se está del final, de acceder al objeto deseado, más aumenta el deseo de ese bien. Ya han demostrado la incapacidad para la administración de lo público. Los problemas con los que asumieron se agravaron: aumento de pobreza; descontrol en Rosario por la droga; inseguridad en cada esquina; sin reservas; amigos de los peores países; sin conducción clara; sin destino trazado. Parece claro que no merece(n) estar donde está(n). Aunque obtuvo el gobierno, no lo merece.

Podrían excusarse en la pandemia. Tal vez descarguen en esa adversidad buena parte de la falta de respuestas a las necesidades insatisfechas. Sarmiento también tuvo una pandemia, durísima; 150 años después lo recordamos como un gran presidente. Frondizi asumió débil (quizá no llegó solo, pero lo mereció indiscutiblemente), asumió con una alianza en la que no aportaba la mayor parte de los votos y pudo hacer un gobierno de importantes resultados económicos con la llegada de automotrices que aún resisten el drama argentino, el desarrollo petrolero; iniciativas en el campo cultural (Eudeba, nace en su gobierno), presencia en el mundo; el prestigio del país creció por la decisión de un gobierno con destino claro.

Cada semana nos sorprende con un dislate novedoso, impredecible. Veremos qué nos trae ésta. Pero faltará menos para el final.

 

 

(*) El autor de la columna es Licenciado en Teología (UCA) Y Licenciado en Letras (UBA)

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