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Opinión

Como en el 68 en París: Seamos razonables, pidamos lo imposible

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Columna destacada 

En una exageración minimalista, podríamos decir que los modos como los hombres nos vinculamos entre nosotros se reducen a solo tres variantes: la que establece la relación afecto-afecto, la que produce comunicación racional-afectiva y finalmente la racional-racional.  Estos modos de relacionarnos los seres humanos los tenemos incorporados en nuestra cultura de manera subcutánea, inconsciente. No es lo mismo cómo nos conducimos en relaciones de confianza que en relaciones formales.

En una relación donde impera el afecto rigen hábitos diferentes a los que lo hacen en una relación formal. No es lo mismo un diálogo entre dos personas que conforman un matrimonio, que un diálogo comercial. Cuando esas leyes no escritas no se respetan, nos tropezamos con limitantes que complican la comunicación. Tal vez el vínculo que más compromete, más involucra en una relación sea el afectivo-afectivo. Pongamos como ejemplo un matrimonio; si una relación perdura en el tiempo no es porque no haya habido tropiezos que salvar, sino que hubo una voluntad de sortear los escollos con voluntad envolvente de perdón, regeneración de vínculo y olvido. Ahora, ciertamente que puede haber traición al vínculo afectivo; puede haber distorsión del vínculo o confusión severa. La relación afectiva nos plantea posibilidades de vínculos diferentes; no es lo mismo el vínculo entre esposos que el vínculo entre amigos u otros. Como nota de color, o no tanto, es más perdonable -culturalmente- la defección entre esposos que la que puede presentarse entre amigos, si el vínculo implica al cónyuge del amigo. Veamos algún ejemplo desde la literatura. El rey Arturo se compromete en matrimonio con Ginebra y confía la custodia del traslado de la futura reina al mejor amigo del rey: Lancelot; estos se enamoran; una traiciona a su prometido –en Ginebra- y el otro al amigo –en Lancelot-; ¿cuál es más repudiado por nuestra cultura? (Francesca y Paolo en la Comedia de Dante, están leyendo a Ginebra y Lancelot cuando caen enamorados; Francesca era la esposa del hermano de Paolo). Una historia más dramática por el clima que genera la pluma de Cervantes es la de “El curioso impertinente”. Esta novela insertada en “El Quijote de la Mancha”, en la segunda parte de la obra, no guarda relación con la directriz de la obra. Es resultado de una licencia que se toma el autor para hablarnos de un tema extraño. No es raro que se haga este tipo de intrusiones. Lo hace  V. Hugo, lo hace T. Mann, y en nuestras pampas lo hace Sábato con “Informe sobre ciegos” o “Romance de Juan Lavalle”. Lo que nos cuenta Cervantes es dramático, verdaderamente dramático.  Anselmo y Lotario eran tan amigos que por sobrenombre le decían “los dos amigos”. Anselmo se enamora de Camila y le pide a su amigo del alma que la sedujera para probar su fidelidad. Lotario intenta disuadirlo de semejante cosa, pero la insistencia de Anselmo pudo más. Al comienzo Lotario se encontraba con Camila y dejaba correr el tiempo, en silencio, para complacer a su amigo. Pero Anselmo descubrió la trampa e insistió, suplicante, que sedujera a su futura esposa. El relato hace un quiebre como al pasar cuando dice: “hasta que el silencio pudo más que las palabras”. Y se consumó la ¿traición?

Las relaciones afectivas nos descolocan, nos desconfiguran, nos generan inestabilidad, confusión y nos llevan a cometer actos que, en la teoría, al menos, no haríamos jamás. Pero así es el corazón humano. Ante la debilidad solo cabe el perdón.

Diferente es el vínculo inteligencia-amor, o su reversa. Los que tenemos años hemos visto algunos vínculos que no son convenientes, no auspician promisión. Es el que ve, porque tiene años, o simplemente libertad para ver mejor, más objetivamente; el que no está comprometido en una historia, el que no está implicado en el vínculo desde lo afectivo, sino desde la inteligencia, desde lo racional. La popular diría que el amor es ciego; Borges corrigió esa sentencia diciendo que no, que el amor ve lo que nadie puede ver. Las dos propuestas son verdaderas y las dos encierran una trampa. Es cierto que el enamorado ve lo que otros no ven; también es cierto que el enamorado no ve en perspectiva; está condicionado a ver el aspecto, el que lo arroba; solo ve luz. Este vínculo en la literatura lo expresa Narciso en su amistad con Goldmundo en la obra que lleva esos nombres por título, de H. Hesse. Los consejos, las advertencias, que le hace el primero al segundo están alumbrados desde la luz que provee la inteligencia, aunque movidos por el amor. ¿Cuánto demorará Goldmundo en descubrir los aciertos de Narciso?: toda la novela; años en la ficción.

La tercera opción es la más sencilla, en abstracto, al menos. En un congreso de científicos: ¿Qué lugar puede haber para el afecto? ¿Qué discusión que comprometa lo afectivo puede disparar una controversia que involucre lo emocional? El carril del discurso transita lo objetivo, lo racional. Lo que no quita que haya afecto entre los miembros del encuentro; pero el tema que los nuclea implica el discurrir de la inteligencia y de los argumentos. Aunque hubo algún caso en que la discusión subió de tono y terminó en violencia. Sucede que el hombre, aunque en perspectiva racional, puede verse desbordado por la dimensión emocional y enturbiar lo que en principio es pura transparencia. Ciertamente hay una desvirtuación. Hay una historia con cierto sesgo simpático que protagonizaron dos filósofos en la década del cuarenta; dos vieneses judíos: Popper y Wittgenstein. El primero había sido invitado a dictar una conferencia en un círculo académico que regenteaba el segundo; asistía también B. Russell. Como podrá notarse, inteligencia sobraba. Lo cierto es que Wittgenstein disintió con alguna propuesta de Popper y se armó una trifulca enorme. Wittgenstein estaba con un atizador en la mano y lo levantaba y bajaba en su proceso argumentativo. El episodio pasó a la historia como el atizador de Wittgenstein (que dio nombre a un libro). Finalmente, el convocante se fue del encuentro cargado de violencia y mal humor. Wittgenstein fue un hombre con algunas contradicciones; era judío, pero quería ser sacerdote. En fin, un personaje que termina siendo querible. No obstante este caso lo corriente de un encuentro de pensamiento es que las conversaciones transiten un carril de argumentos y encausado en un marco desapasionado.

¿Qué se espera de quienes gobiernan una sociedad? ¿En cuál de los tres grupos se encuadraría una propuesta de gobierno? Resulta claro que no es una relación afectiva; inmediatamente quedan fuera de carrera las opciones que la incluyen. Se pretende que sea un concurso de racionalidad, de divergencia, de acuerdos, de diálogos, de búsqueda de consensos. Pero no parece ser el caso. Las relaciones afectivas pueden verse enturbiadas por el componente pasional que las motiva o contamina, pero no es el componente que vertebra el ejercicio de gobierno de un país. Ciertamente puede haber disenso, sobre todo en un gobierno marcadamente bicéfalo; pero se pretende que al final del día se imponga la racionalidad por sobre el impulso pasional que no tiene cabida en este proceso. Las peleas irreconciliables se estructuran a partir del peso del componente pasional. Los Fernández han hecho prevalecer ese componente, el pasional, por sobre las obligaciones de gobierno. Lo que marca el ritmo del vínculo es el recíproco rechazo que se tienen. No se hablan, como supongo que podrá haber pasado entre Anselmo y Lotario, luego del episodio narrado; como entre ellos (Anselmo y Lotario), la una instaló al otro como regidor, pero las cosas no salieron como se pensaba. Pues no es un vínculo amoroso, no debería estar comprometido el afecto más allá de lo tolerable por la responsabilidad que se echaron encima. No tienen ni derecho ni posibilidad de recelarse, de desautorizarse, de clausurase recíprocamente. La percepción que se tiene es esa: que se boicotean la una al otro como si fueran dos gobiernos diferentes. Y es vital, esencial, que posterguen narcisismos pasionales como si se tratara de dos personas en una peluquería, y concierten voluntades porque la gente no da más. Cristina Elizabet Fernández juega al rol de la traicionada, a justificar su resentimiento por haber sido defraudada; en consecuencia, como una adolescente ofendida con un novio, hace silencio, actúa de despechada, de ofendida, de víctima.

¡Cuánta maldad! No tiene derecho a clausurar el futuro. El kirchnerismo ha hecho eso: ha clausurado el futuro del país, de argentinos que desean trabajar, vivir en paz con su familia aquí, no en la diáspora que están produciendo y que los disemina por el mundo.

 

 

El autor de la columna es Licenciado en Teología (UCA) y Licenciado en Letras (UBA)

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