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Opinión

El crimen de Brenda Micaela Gordillo

Nuevamente un crimen atroz pone en vilo a la sociedad catamarqueña, particularmente sensible con episodios similares vividos en el pasado. Todos quedamos estupefactos el domingo al enterarnos de la terrible muerte de Brenda en manos de un homicida por la especie, femicida por el género, de muy corta edad.

Al principio se escuchaban todo tipo de versiones y con el correr de las horas fueron llegando los pormenores y la realidad de los hechos, tanto que a ésta altura, podemos afirmar con alto grado de certeza que el juicio oral será éste año, las pruebas son contundentes y reveladores de la saña, y la condena probable, casi con seguridad, será ejemplar. Aun así, la justicia de colocar las cosas como estaban antes del crimen, no llegará nunca. De algún modo debemos frenar esta matanza que se concentra en la debilidad corporal de la mujer. Todos estamos involucrados, por acción o por omisión.

Nadie en su sano juicio, al conocer los detalles escalofriantes que encerraron el brutal crimen dejó de preguntarse una y otra vez ¿Por qué un chico de 19 años, de la noche a la mañana se convierte en asesino? ¿Qué ocurrió en su vida hasta llegar a estrangular a una mujer indefensa y en inferioridad de condiciones corporales?

Lo primero que pensamos es en su familia. Lo cierto es que cuando se analiza todo el contexto y se vislumbra un estándar de vida medio/alto, se torna más complejo aún, encontrar alguna respuesta que satisfaga nuestra ansia. Para confirmar las dificultades que tendrán los psiquiatras forenses para desentrañar la conducta homicida de Naim Vera, su familia ha pedido perdón a la familia de Brenda y poniéndose a disposición de la Justicia. No es habitual éste tipo de gestos en el contexto actual.

La psicología ha evolucionado en materia de familia, ahora los análisis dejaron la individualidad y pasaron a campos sistémicos y epistemológicos. Es muy difícil medir las relaciones de familia. Las fuerzas visibles dentro del esquema familiar no siempre son las reales y existen en su seno tácticas ocultas de manipulación que llevan a los miembros hacia la libertad o la esclavitud del sistema.

Algunas respuestas a las nuevas teorías de las conductas desviadas pueden hallarse en el análisis intergeneracional y otras, ocultas, en el transgeneracional. Lo ilícito puede arrastrarse de generación en generación, permanecer oculto hasta que aflora y de la peor manera. Lo cierto es que ninguna persona se transforma en asesino de un día para otro. Antes ocurrieron otros hechos y la terapia familiar dinámica es la única capaz de desentrañarlos. Ninguna ley ni norma punitiva puede contemplar la multiplicidad de factores y de conflictos de lealtad no admitidos.

Dos familias están destrozadas para siempre. Una, por poseer en su seno al homicida, que a pesar de la brutalidad de los hechos, seguirá siendo hijo y hermano, sobrino y nieto. Otra, por la ausencia eterna y la tristeza de la sin razón. La desolación de la ausencia casi no tiene fin y la cura del duelo será larga y muy difícil para la familia de Brenda.

Los casos son incomparables y por más que se hagan mil marchas para pedir  Justicia, no cesarán los femicidios porque el problema social es profundo y las causales, múltiples. Más que marchas, es necesario hacer foros, debatir sobre las causas de ésta tragedia social interminable. Estamos obligados a comprender por qué tenemos que convivir con ésta desdicha humana y necesariamente debemos torcer el rumbo, para evitar más muertes. Estamos todos involucrados, familias, políticos, estudiantes, profesoras, funcionarios, educadores, periodistas, religiosas, sacerdotes, terapeutas, etc..

Vivimos en una sociedad desordenada, sin valores. No existe el respeto o la idea de pertenencia al sistema social. La ausencia del Estado es notoria en varios planos de la realidad. El sistema educativo y la formación están fallando, y la circunstancia es harto evidente. Y a ello se agrega el incontenible tráfico de drogas y el libertinaje que conlleva el uso indiscriminado de las redes sociales con fines espurios, el engaño, el ocultamiento de la verdadera identidad, entre otras miserias humanas. La moral y la ética son valores perdidos. La espiritualidad y la oración han caído en desuso. Se enseña religión pero los testimonios de vida son lamentables, en todos los órdenes, civiles, religiosos y políticos. Y los resultados están a la vista. Cunde el mal ejemplo y otros factores sociales negativos.

Los jóvenes de hoy, incentivados por la pornografía, los estupefacientes, la falta de compromiso social y el alcohol, se hacen los machos o actúan en manada frente a los débiles o vulnerables y usan la fuerza para imponer sus bajos instintos. Lo que ven en Internet lo quieren vivir en la vida cotidiana. Y si el mecanismo del mal no funciona, utilizan la violencia física o psicológica para imponerse, y si es necesario matar, matan. La ausencia de razón da lugar al animal, no piensa y aflora de ese modo, el instinto asesino sin medir consecuencias.

Los padres preocupados por sus quehaceres, estilo de vida y condición social, muchas veces dejan a sus hijos a la deriva, ignorando por completo sus actividades, los mantienen, son proveedores materiales, abonan estudios, alimentos, movilidad y al mismo tiempo se palpa el abandono emocional y afectivo, letal para cualquier ser humano.

Se suma al problema, una educación pública/privada deplorable y como dijimos más arriba, a una oferta estatal lamentable, que todo lo permite, donde no hay reglas claras de convivencia, ausencia de límites, libertinaje y el cáncer social que provoca la anomia.

Según algunos especialistas en terapia familiar dinámica, en ninguna era como la nuestra, en escala tan grande, se han producido en masa tantos niños que crecen sin el apoyo de una paternidad responsable. En el punto, la catequesis familiar de la Iglesia Católica, la exigida indisolubilidad del matrimonio, han hechos estragos en la felicidad de la prole. Los matrimonios mal concebidos han sido y son más perniciosos que el divorcio o la separación.

Ello redunda hacia la sociedad, en un cúmulo de ciudadanos resentidos en lo más profundo y desleales con el sistema social. Los desórdenes del amor, la dispersión de la familia, la multiplicidad de relaciones vinculares, el abandono afectivo, son todas causales posibles de conductas desviadas, criminales o no, desordenes sexuales, proliferación de adicciones. Además, ese estado de cosas constituyen el caldo de cultivo para el desarrollo de populismos y de gobiernos autoritarios.

Como puede apreciarse, un crimen más o menos atroz, siempre es el compendio de la sin razón y un claro síntoma de que nuestra crisis social es profunda y es la respuesta más acabada de estar haciendo todo mal, desde el seno familiar, o desde el Estado, y con la desintegración de todos los sistemas sociales de convivencia.

En casos como éste, en ciertos países de Europa se practica “la real justicia” que consiste en colocar frente a frente a ambas familias y analizar bajo la tutela de terapeutas, los hechos, la historia y el desenlace, para después abordar la reparación moral y espiritual a través del diálogo y la comprensión. Los resultados son asombrosos por cuanto coadyuvan a mitigar el dolor, a comprenderlo todo y desde otra dimensión.

 

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