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Opinión

El dolor profundo que causa el bullying

Ella entró en el coche y no me miró a los ojos. Era un jueves y yo había conseguido recogerla a la salida de la escuela.

Preocupada, luego le pregunté qué había sucedido. Conozco a mi hija a leguas de distancia. Ella entonces, muy triste, me contó que todas sus amigas habían sido invitadas para el cumpleaños de una compañera de la otra clase, menos ella y otra niña.

En ese momento, un dolor profundo me invadió. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Cuál es el problema de invitarla?

A pesar de la voluntad de cuestionar a la madre de la cumpleañera, y preguntarle por qué mi hija había sido excluida (aunque sabía que era un absurdo, y yo jamás lo haría, ya que nadie está obligado a invitar a nadie), tuve que disfrazar para que la situación no empeorara, e comencé el discurso de que “eso sucede”, “la próxima vez puede suceder con otra amiguita, etc etc, etc”.

Lo peor fue cuando empezó a contar que las otras niñas, frente a ella, comentaban con qué ropa irían a la fiesta (a veces son crueles). En ese momento se me rompió el corazón, y yo ya estaba pensando que al día siguiente ella estaría obligada a escuchar, a la hora del recreo, los mejores momentos de la fiesta.

Fue una noche difícil, y yo no me podía quitar el amargor de la boca. Mi consternación iba mucho más allá de aquel episodio aislado… Esa fue, seguramente, una de las primeras grandes decepciones del inicio de la vida adolescente de mi niña. Para ella, y para mí.

Sentí con una fuerza aplastante mi impotencia ante las cosas de la vida. No lograré, definitivamente, protegerla de los innumerables tropiezos y caídas que ella experimentará en su trayectoria, sea como hija, como madre, mujer, profesional, en fin, en todos los papeles que ella desempeñe. Y esa máxima “creamos hijos para el mundo” nunca me pareció tan verdadera… Tan verdadera, y tan amarga.

Pero todo es una lección, y yo también ponderé que muchas veces dejé de invitar a algunos amigos a las fiestas de mi hija, y sin intención, seguramente lastimé a alguien. No pretendo más incurrir en ese error, pues vivencié el otro lado de la historia.

El hecho es que, en plena pre adolescencia, una madre tiene que estar más atenta que nunca a los avances de un monstruo llamado bullying, un monstruo que tiene varias facetas: él puede ser directo, o incluso camuflado, insidioso, disfrazado de indiferencia, pero aún así bullying, uno de los grandes males del siglo.

Aunque no podemos luchar físicamente con las varias facetas de ese monstruo que ronda a nuestros niños y adolescentes, sólo nos queda estar siempre muy atentos a todos las señales y comportamiento de nuestros hijos (hay tantos pedidos de socorro silenciosos…), y consolarlos con todo nuestro amor. Sí, porque si tiene un remedio poderoso, que alivia los dolores del alma, ese remedio es la falda de una madre.

 

(*) Texto original publicado en portugués, en el sitio de la Revista Crescer, de Portugal

(**) Marcella Bisetto es brasileña, abogada, escritora, periodista, mamabloguera, Instagramers “una_mama_de_brasil, y sobre todo una “Mamá a los 43”.-

*Especial para El Pucará – único medio autorizado de la República Argentina para publicar notas de la autora*.

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