Esta historia comienza así
Días pasados, el Doctor Jorge Chayep nos coloca una nota EL ARTE EN LA CRUCIFIXIÓN DE CRISTO realmente conmovedora lo que naturalmente generó una serie de opiniones muy valiosas sobre el contenido de la misma. También yo di la mía pero al hacerlo tomó vigencia lo que me decía un profesor de computación que tenía hace bastante tiempo y el que, a cada error mío me repetía: Alberto, el problema es de usuario y no de equipo.
Pues bien, ayer, al opinar sobre la propuesta de Jorge y citar la oportuna narración del arquitecto José Zollá Luque sobre la modalidad que se llevaba a cabo en la Semana Santa de nuestras infancias, traté de aportar lo mío relacionado a “ LAS ESTACIONES”, ceremonia muy importante en nuestra niñez y juventud. Cuando fui a ver si había que corregir algo no encontré el escrito y respetando el principio que no debía enfurecerme con Facebook por haberlo escondido en algún lado según mi mal manejo del programa, decidí escribirlo al tema, de un modo más completo pero que pudiese servir para quienes no han vivido aquella época en la cual la Semana Santa era realmente tiempo de recogimiento y no de jolgorio y vacaciones.
Uniendo lo que manifiestan los dos amigos mencionados, puedo comentarles que llegada la Semana Santa en tiempos de nuestra infancia el recogimiento era total incluso para nosotros los más chicos. Se ayunaba respetuosamente, y como dicen ellos se escuchaba solamente música clásica sin espacios de propaganda alguna, todas las figuras de santos y cristos de las iglesias permanecían cubiertas de un manto púrpura hasta el canto del Gloria.
En definitiva, ¿Qué eran las estaciones?
Bien, las estaciones eran una serie de visitas que se realizaban a diferentes templos donde siguiendo la secuencia de “ cuadros” del calvario de Jesús desde su partida hasta llegar al monte Gólgota y ser clavado en la cruz, uno debía rezar frente a cada una de esas imágenes oraciones del rosario si mal no recuerdo.
Una vez completada la vuelta se salía de esa iglesia y se concurría a otra y se repetía el acto piadoso y así durante si mal no recuerdo, siete veces.
En mi caso, siempre llevado por algún mayor de la familia, comenzábamos en la Catedral Basílica, luego la iglesia del Carmen y San Francisco.
Primero creo recordar que se iba por siete sitios diferentes pero luego se permitía repetir algunos así que los tres que mencioné fueron los que fijaron mi niñez.
Cumplida esta obligación ineludible, llegaba el sábado a las doce de la noche cuando se cantaba el Gloria y ya el domingo se festejaba La Pascua de Resurrección.
Una parte más pagana de estos festejos por lo menos en el centro de Catamarca, era encargar con mucha antelación las empanadas de vigilia de La Esmeralda, de una calidad suprema y quienes hayamos probado tal manjar seguramente nunca más volvimos a tener en el paladar semejante exquisitez. Solía comentarse en el barrio, que la fórmula del hojaldre, solamente la tenía Don Rosselló para lo cual prácticamente no dormía dados los pasos culinarios que llevaba a cabo para lograr el manjar incomparable.
Le comentaba ayer a Jorge que, ya adulto, estando en la Secretaría de Turismo de la Nación, asistí a la primera vez que se propuso llevar a cabo los fines de semana largos para beneficio del turismo. No se pudo contrarrestar esa idea con aquella otra que propicie el fin de semana pero con visitas a las iglesias pues era una fecha profundamente católica y no como motivo de festejo continuado sino más bien de recogimiento: había muerto Cristo y ello debió ser el leiv motiv de la recordación.
Espero haber aportado aunque sea mínimamente otras de nuestras tradiciones fuertemente arraigadas en la cultura catamarqueña hoy ya sobrepasada por tantas cosas alejadas de aquella etapa donde los valores espirituales se practicaban con diferentes modalidades.
Muy Felices Pascuas de Resurrección, queridos amigos, parientes y lectores.
Por Alberto Lindor Ocampo
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